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Confesiones de un corazón inquieto: Por qué leer a San Agustín

San Agustín (354-430), uno de los más grandes Padres de la Iglesia y pensadores de la historia, dejó una obra inmensa que marcó profundamente la teología, la filosofía y la cultura occidental.

Jerónimo Leal·21 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 8 minutos
San Agustín

Detalle de san Agustín en una vidriera en el Lightner Museum.

El Papa León XIV es “hijo de San Agustín” y, como tal, lo conoce en profundidad y lo cita en sus intervenciones. ¿Quién fue San Agustín? ¿Qué influjo sigue ejerciendo en nuestros días?

San Agustín es, según muchos, el más grande de los Padres y una de las inteligencias más profundas de la humanidad. Su gran influencia sobre los sucesivos pensadores y el hecho de que los estudios sobre él se hayan mutiplicado exponencialmente, son la confirmación. La producción literaria de San Agustín es inmensa y muy pocos escritos de Agustín se han perdido: solo diez de los 93 títulos (232 libros) que él mismo cita en las Retractaciones tres años antes de morir. El estilo de Agustín hace imposible olvidar su antigua dedicación a la retórica: su lenguaje abunda en ideas y parábolas, a veces de difícil traducción, pero que responden siempre con gran sinceridad a lo que pretende comunicar y, sin embargo, no desdeñó usar un lenguaje vulgar cuando lo consideraba más adecuado al auditorio.

Fuentes agustianianas

Las fuentes contemporáneas para conocer su vida son cuatro y con ellas sería posible reconstruir su vida casi día a día. 

1. Las Confesiones, obra autobiográfica, la más popular en todos los tiempos, escrita poco después de su elección como obispo, entre el año 397 (muerte de Ambrosio) y el 400, cuyo valor es extraordinario, no solo para seguir su itinerario espiritual, sino también como testimonio antiguo de innumerables aspectos de la psicología humana, de las reacciones del hombre hacia sí mismo, hacia los otros y hacia Dios.

2. Las Retractaciones, escritas hacia el final de su vida (427), constituyen un juicio, con correcciones, de sus obras anteriores y una descripción de los motivos que lo apremiaron a escribirlas, y es una obra fundamental para conocer el alma y motivos que inspiran sus escritos.

3. El epistolario, muy abundante, el que que resuelve cuestiones que le plantean sus contemporáneos o las pone él mismo a ortos, como por ejemplo a San Jerónimo.

4. Es también de excepcional importancia y valor histórico la Vida de Agustín de Posidio,  discípulo suyo y amigo fiel, escrita entre 431 y 439.

La vida de Agustín se puede dividir en diversos periodos.

1. Desde el nacimiento hasta la conversión (354-386). 

Agustín nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste (Numidia). Estudió en Tagaste, Madaura y Cartago. Conocía a la perfección la lengua y la cultura latinas, pero no el griego ni la lengua púnica. Fue educado cristianamente por la madre, Mónica, pero no recibió el bautismo. A lo 17 años (373) tuvo un hijo natural, Adeodato. El mismo año leyó el Hortensius de Cicerón (106-43 a.C.), obra hoy perdida que era una exhortación a la Filosofía, a través de la cual comenzó su regreso hacia la fe. Poco después, leyó también la Escritura, pero le desanimó el estilo pobre, inadecuado para un maestro de retórica. En esta época comenzó a enseñar gramática y retórica, primero en Tagaste (374), después en Cartago (375-383) y Roma (384) y, finalmente en Milán (otoño 384-verano 386). Durante este periodo escribió (380) su primera obra: De pulchro et apto (perdida). 

Era entonces seguidor de la doctrina maniquea, la cual ofrecía una solución radical al problema del mal, dividiendo la realidad en dos principios opuestos y en lucha, la luz y las tinieblas (bien y mal), que coexisten en el hombre, quien debe separarlos para poder salvarse. Esta separación se produce, según los maniqueos, respetando los tres sellos: de la boca (que prohíbe las palabras y alimentos impuros), de las manos (que prohíbe el trabajo manual, especialmente el cultivo de los campos y el sacrificio de animales) y del seno (que prohíbe los malos pensamientos y el matrimonio, puesto que impide a la luz desvincularse de la materia).

Agustín no llegó a creer profundamente en el maniqueísmo, aunque aceptó el racionalismo, el materialismo y el dualismo, pero con el estudio se convenció de la inconsistencia de la religión de Manes, especialmente tras un diálogo con el obispo maniqueo Fausto, que lo hizo caer en el escepticismo, y cuando oyó la predicación de san Ambrosio descubrió la clave para interpretar el Antiguo Testamento y llegó a la convicción de que la autoridad sobre la que se fundamenta la fe es la Escritura leída en la Iglesia.

2. Desde la conversión hasta el episcopado (386-396). 

En octubre del 385 Agustín se retiró a Casiciaco (quizá la actual Cossago, en la Brianza) para prepararse al bautismo. Renunció entonces a la carrera y al matrimonio. La lectura de los platónicos lo ayudó a resolver las problemas filosóficos del materialismo y el mal, el primero a partir del mundo interior, el segundo interpretando el mal como privación del bien: el mal no procede de Dios, ni directa ni indirectamente, puesto que es una carencia de ser y no necesita una causa. 

En noviembre escribe diversos tratados filosóficos. Como puntos principales de su filosofía se podrían señalar especialmente dos. El primero es que la interioridad del hombre es, en sí misma, un reflejo objetivo de la realidad, de modo que estudiando el alma humana se comprende mucho mejor lo que se encuentra fuera del hombre.  El segundo es la noción de participación: todos los bienes limitados que conocemos son tales en virtud de la participación de un Sumo Bien, único, que es Dios. Según Agustín, la fe es necesaria para la actividad intelectual, crede ut intelligas, pero se cree con la inteligencia, por eso afirma también intellige ut credas. En estas dos expresiones se puede resumir el pensamiento de Agustín respecto a las relaciones entre fe y razón. 

En el mes de marzo regresó a Milán, comenzó el catecumenado y fue bautizado por Ambrosio el 25 de abril, vigilia de Pascua. Tras el bautismo decidió regresar al Africa para dedicarse al servicio de Dios. Partió de Milán, pero en Ostia la madre, Mónica, se enfermó de modo imprevisto y murió. Agustín decidió entonces regresar a Roma, interesándose en la vida monástica y escribiendo. Son de este periodo otros tratados filosóficos. Permaneció en Roma hasta julio o agosto del 388; después partió hacia África y se retiró en Tagaste, donde puso en práctica su programa de vida ascética. Escribió entonces principalmente contra los maniqueos, como el De Genesi contra Manichaeos (388-389). En esta época murió su hijo Adeodato (entre 389 y 391). 

En 391 fue a Hipona para fundar un monasterio, pero inesperadamente el obispo le confirió la ordenación sacerdotal. Son de este periodo las primeras homilías. El 28-29 de agosto del 392 tuvo lugar en Hipona la disputa con el maniqueo Fortunato. Escribió entonces a Jerónimo, pidiéndole traducciones latinas de comentarios griegos a la Biblia, y compuso las Enarrationes in Psalmos (los comentarios a los primeros 32 salmos en el 392, pero la concluyó en 420) y el Psalmus contra partem Donati

El 17 de enero de 395 muere Teodosio y son nombrados emperadores Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente). Este mismo año o el siguiente (395-396) recibió la consagración episcopal, siendo por algún tiempo coadjutor de Valerio y desde 397 obispo de Hipona. Dejó, entonces, el monasterio de los legos, pero fundó uno de clérigos en la casa del obispo.

3. Desde el episcopado hasta la polémica pelagiana (396-410). 

Su actividad episcopal fue intensa: predicó ininterrumpidamente, tomó parte en audiencias episcopales para juzgar causas, se ocupó de los pobres, enfermos y huérfanos, de la formación del clero, de la organización de los monasterios, hizo muchos largos viajes para asistir a concilios africanos, intervino sin pausa en las polémicas contra maniqueos, donatistas, pelagianos, arrianos y paganos. 

El donatismo, del nombre de uno de sus primeros representantes, Donato, primero movimiento cismático, se convirtió en herejía declarada: aquellos que consideraban haber mantenido un comportamiento correcto durante la persecución de Diocleciano rechazaron como pastores a los que habían visto vacilar en la persecución y crearon una jerarquía propia que duplicó el número de obispos. Tanto unos como otros apelaron a la autoridad imperial, que decidió repetidamente a favor de la jerarquía católica. Pero los obispos donatistas no respetaron ninguna de las decisiones imperiales, hasta que Constantino tuvo que optar por una represión violenta. El donatismo no tuvo influencia fuera de África, pero estaba aún vivo cien años después, en tiempos de Agustín, y parece que no desapareció hasta la extinción del cristianismo, comenzada con los vándalos y terminada con los musulmanes. 

Agustín tuvo que organizar el debate con Proculiano, obispo donatista de Hipona, y otros donatistas (395-396). Su enseñanza sobre la Iglesia es particularmente luminoso. La iglesia de los donatistas no puede ser la verdadera, pues en ella no se encuentran la unidad, santidad, apostolicidad y catolicidad. Fuera de la Iglesia no hay salvación. Aunque en su seno hay  pecadores, la Iglesia es santa. Con respecto al bautismo y a los sacramentos en general, Agustín enseña que su validez no depende de la santidad de quien lo administra, pues su eficacia viene de Cristo, no del ministro. Pertenece a esta primera fase de su episcopado el De doctrina christiana (terminado en el 426), escrito que podríamos llamar de introducción a la Sagrada Escritura, donde trata sobre los conocimientos paganos necesarios para poder estudiar la Biblia, cómo se debe interpretar y su uso en la predicación, y al mismo tiempo propone un esquema de educación cristiana que utiliza también la cultura pagana.

Son también de este periodo otras obras contra los maniqueos y las Confessiones (397-400). En 399 comienza el De Trinitate. La exposición de san Agustín sobre la Trinidad es más clara y más profunda que las de los Padres anteriores. Fiel a su principio de buscar en el interior del hombre la luz para comprender lo externo, explica que el alma humana posee una semejanza de la Trinidad en sus tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad. Por eso, el Hijo procede del Padre por via de la inteligencia, como ya había dicho Tertuliano, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por via de la voluntad o amor. Los días 7-12 de diciembre del 404 tuvo el debate público con Felix el maniqueo. 

4. La polémica pelagiana (410-430). 

El 24 de agosto de 410 Alarico saqueó Roma y Pelagio pasó a Hipona. Agustín fue el alma del concilio del 411 entre católicos y donatistas y el artífice principal de la solución de la controversia pelagiana. A finales de este año recibió noticias de la difusión de las doctrinas pelagianas en Cartago y de la condena de Celestio en un proceso en el que Agustín no había participado. 

La controversia sobre la gracia se tuvo solo entre obispos y especialistas, sin participación del pueblo en un sentido o en otro. De manera esquemática se podría decir que Pelagio sostenía que el hombre puede hacer el bien y evitar el mal con sus propias fuerzas, y que el pecado de Adán no se trasmite como tal a sus descendientes: para ellos es solo un mal ejemplo. En Africa, Pelagio se encontró con la oposición de san Agustín que, con motivo de la controversia, desarrolló la doctrina que más adelante le valió el título de Doctor de la gracia. Esta doctrina consiste esencialmente en afirmar que el hombre fue creado en un estado de justicia original, de inocencia, que Adán perdió para sí y sus decendientes con el pecado original: todos los hombres contrajeron la culpa, porque todos pecaron en Adán y se hicieron massa damnata. Este pecado se transmite por generación y provoca una separación de Dios a la que pone remedio el Bautismo: el hombre necesita una ayuda divina para realizar obras buenas sobrenaturalmente meritorias. 

Una obra particularmente conocida de Agustín es La Ciudad de Dios, comenzada en  413 y terminada en 426. Es en parte una apología, en la que el clásico tema de que los cristianos son la causa de todos los males, en este caso de la ruina del Imperio romano, se confuta con abundantes datos y argumentos. Además, ofrece una visión general de la historia, la primera que se conoce, con un toque dramático que no carece de sentido; el hilo conductor es la lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena, entre la fe y la incredulidad, entre buenos y malos, estén aún sobre la tierra o la hayan dejado ya. Los que pertenecen a una u otra ciudad están mezclados, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, y solo se separarán, y entonces definitivamente, el día del juicio final.

En el último periodo de la vida de Agustín, hay un predominio de las obras antipelagianas. Del 413-415 tenemos el De natura et gratia. En 416 Agustín participa en el concilio de Milevi (septiembre-octubre), que condena a Pelagio y Celestio, un discípulo de éste. El 27 de enero de 417 Inocencio I condena a Pelagio y Celestio. El 18 de marzo es elegido papa Zosimo, que reexamina el caso de Pelagio, anunciando que el sínodo romano ha absuelto Pelagio y Celestio. Tras un cruce de cartas entre África y Roma a propósito de los pelagianos, en 418 Celestio y Pelagio son excomulgados y expulsados de Roma. En el verano se publica la encíclica (Tractoria) de Zósimo que condena solemnemente el pelagianismo. 

Agustín seguirá aclarando distintos aspectos polémicos. En 426-427 escribe De gratia et libero arbitrio y en el 428-429 las Retractationes. Agustín murió el 28 de agosto del 430, el tercer mes de asedio de Hipona por los vándalos. Enterrado probablemnete en la catedral, sus restos fueron trasladados primero a Cerdeña y después a Pavía, donde se encuentran hoy. Sus obras conocerán una difusión y una popularidad cada vez mayores, con una influencia eficaz y profunda en las concepciones filosóficas y teológicas, en el derecho y la vida política y social. Agustín es uno de los grandes artífices de Europa, a través de su influencia en la cultura medieval y en la sucesiva.

Para saber más:

Invitación a la Patrología. Cómo han leído la Biblia los Padres de la Iglesia

Autor: Jerónimo Leal
Editorial: Rialp
Número de páginas: 328

 

El autorJerónimo Leal

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