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Jesús y el canon bíblico

Existen varios criterios que explican las razones por las que el Nuevo Testamento pertenece al canon bíblico, entre ellos la multiplicidad de fuentes y la verosimilitud explicativa.

Gerardo Ferrara·12 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Por «canon bíblico» se entienden los libros reconocidos como textos sagrados por la Iglesia. El término deriva del griego κανών (“kanon”, «caña» o «palo recto») e indicaba primero una unidad de medida, luego, por extensión, pasó a definir un catálogo oficial, un modelo.

¿Por qué existen esos libros en el canon del Nuevo Testamento de la Iglesia?

Ya en el siglo II d.C., sobre todo en respuesta a Marción, que quería excluir del canon cristiano el Antiguo Testamento y todas aquellas partes del Nuevo que no estuvieran en consonancia con sus enseñanzas (para él, el Dios de los cristianos no debía identificarse con el de los judíos), Justino (140) e Ireneo de Lyon (180), seguidos más tarde por Orígenes, reafirmaron que los Evangelios canónicos, universalmente aceptados por todas las Iglesias, debían ser cuatro. Esto se confirmó en el Canon muratoriano (una antigua lista de los libros del Nuevo Testamento, que data de alrededor del año 170).

Se siguieron criterios precisos para establecer la «canonicidad» de los cuatro Evangelios:

  • Antigüedad de las fuentes. Como hemos visto, los cuatro Evangelios canónicos, que datan del siglo I d.C., figuran entre las fuentes más antiguas y mejor atestiguadas en cuanto al número de manuscritos o códices (unos 24.000, entre griegos, latinos, armenios, coptos, eslavos antiguos, etc.), más que cualquier otro documento histórico.
  • Apostolicidad. Los escritos, para ser «canónicos», debían remontarse a los Apóstoles o a sus discípulos directos. Por cierto, el término «según», antepuesto al nombre del evangelista (según Mateo, Marcos, etc.) indica que los cuatro Evangelios hacen un único discurso sobre Jesús, pero en cuatro formas complementarias, según la predicación de los Apóstoles individuales de los que derivan: Pedro para el Evangelio según Marcos; Mateo (y probablemente Marcos) para el “según Mateo”; Pablo (y, como hemos visto en el artículo anterior, también Marcos y Mateo) para el “según Lucas”; Juan para el Evangelio que lleva su nombre. En la práctica, no es tanto el evangelista individual quien escribe el Evangelio individual, sino la comunidad, o la Iglesia nacida de la predicación de un apóstol.
  • La catolicidad o universalidad del uso de los Evangelios: debían ser aceptados por todas las Iglesias principales («católica» significa «universal»), es decir, Roma, Alejandría, Antioquía, Corinto, Jerusalén y las demás comunidades de los primeros siglos.
  • Ortodoxia o fe recta.
  • La multiplicidad de fuentes y los numerosos y probados testimonios a favor de los Evangelios canónicos (y aquí volvemos a citar, por ejemplo, a Papías de Hierápolis, Eusebio de Cesarea, Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Panteno, Orígenes, Tertuliano, etc.).
  • La verosimilitud explicativa, es decir, la comprensibilidad del texto según una coherencia de causa y efecto.

Criterios de historicidad de los Evangelios

Además de los primeros testimonios de los Padres de la Iglesia y de los criterios utilizados ya en el siglo II d.C. (por ejemplo, para el Canon muratoriano), se han desarrollado otros métodos, sobre todo en la época contemporánea, para confirmar los datos históricos que ya poseemos sobre la figura de Jesús de Nazaret y los Evangelios.

Réné Latourelle (1918-2017), teólogo católico canadiense, identificó criterios para atestiguar la historicidad de los Evangelios:

  • Atestación múltiple: un hecho confirmado por varias fuentes evangélicas (por ejemplo, la cercanía de Jesús a los pecadores) es auténtico.
  • Discontinuidad: un hecho que no puede remontarse a los conceptos del judaísmo y de la Iglesia primitiva es auténtico, como el uso de “abba” («padre») para Dios (la palabra «padre», entendida en el sentido de filiación íntima y personal hacia Dios, aparece 170 veces en el Nuevo Testamento, 109 de ellas sólo en el Evangelio de Juan, y sin embargo sólo 15 veces en el Antiguo Testamento, pero siempre con el significado de paternidad colectiva, «nacional», de Dios con respecto al pueblo judío.
  • Conformidad: lo auténtico es lo coherente, lo que se ajusta al entorno de Jesús y a sus enseñanzas (por ejemplo, las parábolas y las bienaventuranzas).
  • Explicación necesaria: por ejemplo, la personalidad «descomunal» de Jesús aclara toda una serie de acontecimientos y comportamientos de otro modo incomprensibles (su fuerza, autoridad, carisma ejercido sobre las multitudes, etc.).
  • El estilo de Jesús: combinar majestad y humildad, bondad y coherencia absoluta, sin hipocresía y sin contradicción.

También existen otros criterios más específicamente literarios y editoriales:

  • El estudio de las formas literarias (“Formgeschichte”), basado en el análisis literario de los Evangelios, para determinar el «Sitz im leben», es decir, la vida de la comunidad en la que se originaron, para «encarnar» la existencia de Jesús en un contexto vivo y particular.
  • Estudio de las tradiciones escritas y orales (“Traditiongeschichte”) preexistentes a los Evangelios, para compararlas con éstos.
  • Un estudio de los criterios de redacción de los evangelistas (“Redaktiongeschichte”), que examina cómo cada evangelista recogía datos y luego los ponía por escrito, organizándolos en función de necesidades particulares, como la predicación a una comunidad concreta.

Semitismo y análisis filológico

En los primeros siglos de la era cristiana, se sabía que al menos dos Evangelios canónicos habían sido escritos en una lengua semítica (hebreo o arameo). Sin embargo, hasta Erasmo de Rotterdam (1518), se perdió la memoria de este estrato más antiguo, «oculto» bajo la lengua griega en la que los textos han llegado hasta nosotros. Desde entonces, los estudios filológicos modernos han permitido reconstruir las huellas de su estructura semítica original.

Estas huellas, denominadas «semitismos», son de diversa índole (préstamos, sintaxis, estilo, vocabulario, etc.). Jean Carmignac, gracias a sus estudios sobre la lengua de Qumrán y sobre las obras de los maestros judíos del llamado periodo intertestamentario, ha llegado a la conclusión de que los Evangelios sinópticos, en particular Marcos y Mateo, debieron de ser escritos primero en hebreo (no en arameo) y luego traducidos al griego. Al retraducir el texto griego al hebreo, surgen asonancias, rimas y estructuras poéticas ausentes en la prosa griega.

Esto adelantaría la datación de los Evangelios al menos dos décadas, acercándolos aún más a los hechos narrados y a los testigos directos. También sitúa a Jesús (y estudiosos como John W. Wenham o varios expertos judíos israelíes, entre ellos David Flusser, insisten en ello) en un contexto más armónico con el entorno judío de la época, como confirman los manuscritos de Qumrán. 

Veamos un par de ejemplos de semitismos.

Cuando leemos en los Evangelios que Jesús tenía hermanos, el término ‘hermano’, el griego “αδελφός” (“adelphós) traduce el hebreo y arameo “אָח” (aḥ), con el que, sin embargo, en sentido semítico, no sólo se quiere decir hermanos ‘germanos’, sino también hermanos ‘unilaterales’, primos, parientes en general, miembros del mismo clan, tribu o pueblo. Incluso en hebreo moderno no existe un término para designar a un primo: se le llama simplemente ‘hijo del tío’.

O también (Mateo 3, 9): “Os digo que de estas piedras Dios puede suscitar verdaderos hijos a Abraham”

En griego: “λέγω γὰρ ὑμῖν ὅτι δύναται ὁ θεὸς ἐκ τῶν λίθων τούτων ἐγεῖραι τέκνα τῷ Ἀβραάμ”; “Lego gar hymìn oti dynatai o Theos ek ton lithon touton egeirai tekna to Abraam”

En hebreo (una posible traducción): “אלוהים יכול לעשות מן האבנים האלה בנים לאברה”; “Elohìm yakhòl la’asòt min ha-abanìm ha-‘ele banìm le-Avrahàm”.

Como puede verse, sólo en la versión hebrea hay asonancia entre el término «hijos» (“banìm”) y el término piedras (“abanìm”). Y no sólo eso: este juego de palabras que riman entre sí encaja perfectamente en la técnica de transmisión de enseñanzas basada en la asonancia, la aliteración, las parábolas, los oxímoron y las yuxtaposiciones (el famoso camello que pasa por el ojo de una aguja) que utilizaban los Tannaìm para hacer memorizar sus máximas.

El ejemplo que acabamos de dar también puede estar presente en arameo («piedras»: ‘ebnaya; «hijos»: banaya), pero muchos sólo están en hebreo.

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