“En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa…” O más literalmente: “María, habiéndose levantado en aquellos días, fue…”. María se levantó, fue elevada por la gracia de Dios en su interior: se elevó a un nivel aún mayor de entrega y generosidad y corrió a ayudar a su prima anciana. Su asunción, su ser llevada a cotas cada vez más altas de amor, ya estaba actuando en ella.
La asunción de María continuó en su Magnificat: humillándose, Dios la exaltó. Y luego fue elevada a nuevas alturas de amor por los tres meses que pasó cuidando de Isabel.
Satanás arrastra del cielo a la tierra: “y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra”. María, llena de gracia y plenamente abierta a la gracia, es elevada de la tierra al Cielo. La Escritura nos deja entrever la gloria de María en el Cielo: “Se abrió en el cielo el santuario de Dios… Un gran signo apareció en el cielo”. La forma en que se representa a María la muestra como la cima, la corona de la creación, la expresión más plena de su gloria: “Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.
La vida cristiana es una ascensión gradual al Cielo, o mejor dicho, una asunción, porque Dios nos lleva por su gracia. A diferencia de Cristo, que es Dios, nosotros no tenemos el poder de ascender, de llevarnos a nosotros mismos hasta allí. La humildad de María -no había en ella ningún peso de orgullo- facilitó que Dios la llevara hacia sí. La fe, la humildad y el servicio amoroso, inspirados en nosotros por el Espíritu Santo, son los “vientos” en los que Él nos lleva.
Pero como María en la tierra, y como parte de la Iglesia (la mujer del Apocalipsis es a la vez María y la Iglesia), sufrimos los ataques constantes de Satanás, que quiere devorarnos. “Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz” (la vida nueva es una forma de asunción, de superación constante de la muerte por parte de la humanidad: por eso Satanás se opone desesperadamente a ella).
A la mujer se le dieron “las dos alas de la gran águila” -otra sugerencia de asunción, de ser llevada más alto- para escapar de la serpiente. La serpiente actúa en la tierra; el Espíritu-águila nos lleva a las alturas del Cielo. Con María, en sus brazos o en la cola de sus vestiduras cósmicas, también nosotros somos llevados a Dios. Y en la resurrección de la carne, también nosotros disfrutaremos de nuestra propia “asunción”, no al nivel de María, pero gloriosa igualmente.