Evangelio

El Buen Pastor. Cuarto domingo de Pascua (C)

Joseph Evans nos comenta las lecturas del domingo de cuarto domingo de Pascua (C) correspondiente al día 11 de mayo de 2025.

Joseph Evans·8 de mayo de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen”. ¿Por qué Jesús habla tanto de las ovejas? Por poner sólo algunos ejemplos, en el Evangelio de Juan dedica todo un “sermón” a este tema, describiéndose a sí mismo como el “Buen Pastor” (Jn 10, 1-18). La primera de sus tres grandes parábolas de la misericordia, en Lucas 15, trata de un pastor que cuida de una oveja perdida y de la alegría que le da encontrarla de nuevo. Tuvo compasión de las muchedumbres porque estaban “extenuadas y abandonadas, ‘como ovejas que no tienen pastor’” (Mt 9, 36). El juicio final consistirá en separar “las ovejas de las cabras” (Mt 25, 32).

Ciertamente, Israel era una sociedad muy agraria en la que la cría de ovejas tenía mucha importancia. Sus reyes, en particular el gran rey David (él mismo un pastor convertido en monarca), eran descritos como “pastores” del pueblo (véase 2 Sam 7, 7-8). Y los israelitas podían estar muy apegados a sus ovejas, como vemos en la parábola de Natán sobre un pobre hombre cuyo corderito “comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija” (2 Sam 12, 3).

Pero también hay un toque de humor divino en la metáfora. Las ovejas no son inteligentes ni valientes, más bien destacan por su estupidez y vulnerabilidad. Y la metáfora se utiliza para describirnos a nosotros. Pero las ovejas suelen tener al menos el sentido común suficiente para seguir a su pastor y huir de los que no lo son. Pueden oír la voz de su pastor y responder a su llamada. Y si lo hacen, están a salvo, porque el pastor las protegerá. “Nadie las arrebatará de mi mano”. De hecho, Jesús insiste: “nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre”. Y estamos doblemente seguros en las manos de Cristo y en las del Padre porque, como enseña Jesús, “Yo y el Padre somos uno”.

Jesús no nos llamó leones ni águilas porque es evidente que no lo somos. Nuestra fuerza reside en conocer nuestra debilidad y, por tanto, permanecer muy cerca del Buen Pastor.

Pero la segunda lectura de hoy añade un matiz extraordinario: el Pastor es también un Cordero. En efecto, ¡este Cordero pastorea! “Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará”. La humildad es reconocer nuestra debilidad, pero conduce a la fortaleza. Porque Cristo, en su humildad, se hizo débil, cordero indefenso “llevado al matadero” (Is 53, 7), tiene la fuerza de protegernos a todos. Nuestra humildad nos dará la fuerza para guiar a los demás.

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