Podemos quejarnos de que no sabemos cuándo vamos a morir, pero es precisamente ese no saber lo que añade dramatismo a nuestras vidas. Hay una buena tensión -como la sana tensión de las cuerdas adecuadamente tensadas de una guitarra o un piano- que no hace sino dar energía, “música”, a la existencia. Jesús cuenta hoy una parábola sobre un amo que se ha marchado, dejando a sus criados al cuidado de la casa en su ausencia. ¿Qué harán? ¿Cómo se comportarán? ¿Mantendrán la casa en orden para su regreso? ¿Y cuidará el criado mayor de los demás criados y dará “a la servidumbre la comida a sus horas”?
He conocido a varios sacerdotes fieles que han muerto, algunos bastante jóvenes, dando a su pueblo su “comida a sus horas”, en sus puestos, cuidando de su rebaño, cumpliendo con su ministerio. También se oye hablar, por desgracia, de personas que mueren en malas circunstancias: un hombre que cae muerto mientras se porta mal con una mujer que no es su esposa; alguien que muere drogándose; la mujer que descuidó sus deberes por una vida de egoísmo… No estaban preparados cuando el Señor vino a buscarlos y se arriesgan al castigo funesto del que habla Cristo: el amo “lo castigará con rigor (más literalmente: lo cortará en dos) y le hará compartir la suerte de los que no son fieles”.
Los padres dan a sus hijos su alimento en el momento oportuno, no sólo a través de la alimentación física, sino también procurando que éstos reciban la formación espiritual y humana que necesitan en cada etapa de su vida, introduciéndoles en la oración, ayudándoles a profundizar en su fe y en las virtudes…
También “alimentamos” a nuestros compañeros “criados” con nuestro ejemplo, con esas conversaciones en las que decimos lo adecuado en el momento oportuno, abriéndoles nuevos horizontes.
Hay una santa vigilancia que nos lleva a estar atentos a las necesidades de los que están a nuestro cuidado, ayudándoles a no descarriarse con una intervención oportuna y, ojalá, precoz. Pero también hay una vigilancia para escuchar lo que Dios quiere decirnos: como nos dice la primera lectura, los israelitas estuvieron vigilantes para escuchar la advertencia de Dios a través de Moisés en aquella “noche de liberación” y así se salvaron del ángel vengador. O, como leemos en la segunda lectura, Abraham atendió a la llamada de Dios para abandonar su tierra de idolatría y seguir al único Dios verdadero hacia lo desconocido. La fe vivida es una forma suprema de vigilancia.