Esas terribles palabras de Nuestro Señor “No sé quiénes sois” aparecen en el Evangelio de hoy (Lc 13, 22-30) y en la parábola de Cristo de las vírgenes prudentes y necias en Mateo 25. En esta última, las palabras son simplemente “No os conozco”. En el Evangelio de hoy son literalmente “no sé de dónde sois”, pero la idea es la misma. Aquí tenemos dos grupos de personas que deberían haber “conocido” a Jesús, tuvieron la oportunidad de hacerlo, y son condenados por no haber aprovechado esta oportunidad.
En la parábola de las vírgenes, las insensatas oyen esas palabras cuando son excluidas de la fiesta, al llegar y encontrar la puerta cerrada después de haber ido a buscar aceite a última hora. El aceite simboliza en muchos sentidos su unión con Cristo, o la falta de ella. No tenían aceite, por lo que su llama no ardía en sus corazones. Querían la diversión de la fiesta, lo externo, pero sin estar encendidos por el amor del Esposo que realmente hace la fiesta. De alguna manera, pertenecían al séquito del novio -estaban entre las diez damas de honor-, pero se conformaban con una relación superficial con él, por las “prebendas”, y nunca intentaron conocerle de verdad, ni que él les conociera a ellas.
En el Evangelio de hoy el contexto es diferente, pero la realidad es la misma. Lo que está en juego es lo más grande que se puede plantear: la salvación. Alguien preguntó a Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Aquellas vírgenes necias no se salvaron: la puerta de la salvación estaba cerrada para ellas. Aquí Jesús utiliza otra imagen: la de un hombre que cierra la puerta de su casa. Pero éste parece el cierre definitivo: ¿quiénes se encontrarán dentro y quiénes quedarán excluidos? “Muchos intentarán entrar y no podrán”, dice Jesús. Y una vez excluidos, suplicarán la entrada, dando diversos argumentos: “hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Una vez más, piensan que basta un conocimiento superficial de Cristo, el simple hecho de estar en su vecindad.
Esta vez Jesús no se limita a decir “no os conozco”. Da una respuesta más contundente: “No sé de dónde sois”. Como si dijera: ni siquiera estabais en mi mundo moral y espiritual, no sabía nada de vosotros ni de vuestro origen. Y de hecho, Jesús conoce el mundo real en el que habitaban: un mundo malvado. “Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. No podemos contentarnos con un contacto superficial con Cristo -por ejemplo, ir (normalmente) a Misa los domingos- mientras vivimos de forma inmoral. “Conocer” a Cristo no es simplemente moverse en su vecindad. Es Él viviendo en nuestros corazones e inspirando cómo vivimos.