Evangelio

Entrar en la vida divina. La Transfiguración (C)

Joseph Evans nos comenta las lecturas del la Transfiguración (C) correspondiente al día 6 de agosto de 2025.

Joseph Evans·3 de agosto de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

La Transfiguración es una “teofanía”, una revelación o manifestación del misterio de Dios. Si la Epifanía fue la manifestación de Cristo al mundo gentil, aunque todavía velada en su humanidad -se les reveló como un bebé-, las dos teofanías explícitas del Nuevo Testamento, el Bautismo y la Transfiguración, son atisbos más claros de su divinidad. Por supuesto, incluso éstas estaban algo veladas. Sólo veremos a Cristo en toda su gloria a través de la elevación de nuestra naturaleza en la Visión Beatífica, después de la resurrección de los muertos, porque como Dios dijo a Moisés, en nuestro estado caído, “Mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida” (Éxodo 33, 20). Sin embargo, en ambos episodios, Cristo reveló algo de su realidad divina. Fue como descorrer brevemente la cortina del cielo. Como dice Mateo: “se abrieron los cielos” (Mateo 3,16).

En la transfiguración, Pedro, Santiago y Juan fueron introducidos en la vida misma de Dios. Dentro de esa vida trinitaria encontraron a dos grandes figuras del Antiguo Testamento dialogando con Cristo: “De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén”. Los justos del cielo participan de la preocupación de Dios por la redención de la humanidad y son informados de sus aspectos clave. En el Cielo no somos espectadores pasivos, como muestra el libro del Apocalipsis (por ejemplo, Apocalipsis 5, 8; 6, 10-11; 8, 3-4).

Los apóstoles entran en la gloria trinitaria, expresada por la presencia de Cristo Hijo, la voz del Padre y la nube que expresa y oculta simultáneamente al Espíritu Santo. Esto les provoca temor y a la vez les inspira alegría, con el deseo de prolongar la experiencia. “Pedro dijo a Jesús: ‘Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas…’, no sabía lo que decía”.

El cielo es demasiado, demasiado bueno, para los pobres humanos caídos. Nos da vértigo, ¡casi nos emborracha! Toda forma de oración es, a su pequeña manera, entrar en la vida trinitaria. Allí nos encontramos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; se nos unen los justos del Cielo (cfr. Hebreos 12, 1); y se nos pide que escuchemos y obedezcamos a Cristo: “Este es mi Hijo, el Elegido; ¡escuchadlo!”. Luego, desgraciadamente, como caminantes en la tierra, tenemos que volver del monte de la oración a todo el jaleo de la base del monte, es decir, a la vida ordinaria (cfr. Lucas 9, 37 y ss), y, en último término, a compartir con Cristo su Pasión.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica