El Pedro al que se le otorga el extraordinario poder de “atar y desatar” -tanto que lo que ata y desata en la tierra se considera atado y desatado en el cielo- aparece por primera vez en las lecturas de hoy atado a sí mismo. Está atado con dos cadenas en una prisión, “a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno”. Sin embargo, luego nos enteramos de que “la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”. Los Hechos de los Apóstoles nos informan más tarde de que, una vez liberado, Pedro se dirige a una casa cristiana donde “había muchos reunidos en oración”.
Pedro será liberado por un ángel. Con sólo una palabra de este mensajero de Dios, “las cadenas se le cayeron de las manos”. Los dos pasan entonces por delante de varios puestos de guardia que no parecen reparar en ellos, y finalmente el portón de hierro de la ciudad “se abrió solo ante ellos”. No cabe la menor duda de que Pedro, cada Papa, goza de una protección especial de Dios y lo que Pedro dice está inspirado -en mayor o menor medida, según el contexto- por el Padre que está en los cielos: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Sin embargo, este mismo Pedro puede estar sujeto a ataduras, que no son sólo las ataduras de los gobernantes terrenales, sino también las ataduras de sus propias debilidades personales. Y así, el Nuevo Testamento nos muestra claramente las limitaciones de Pedro: su impetuosidad, la cobardía que le hizo negar a Jesús tres veces y la visión terrenal que le llevó a intentar disuadir a Jesús de ir a la Cruz y por la que, pocos minutos después de recibir el don del primado papal, Jesús le llamó “¡Satanás!”.
Por eso, para que Pedro pueda atar y desatar correctamente, necesita mucho la oración de los cristianos para que le liberen de todos aquellos factores que podrían atarle: presiones políticas, posibles malos consejeros en ocasiones, sus propios defectos, y mucho más. Nuestras oraciones ayudan a liberar al Papa de las cadenas que puedan atarle.
El Pablo que escuchamos en la segunda lectura de hoy también está encadenado (véase 2 Tim 1, 16) y aprendemos de este texto que su martirio es inminente. “Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente”. El dinámico apóstol termina su extraordinaria carrera encadenado y atado, pero esto también forma parte de su testimonio. Es una buena lección que aprender: podemos servir a Cristo tanto por nuestras limitaciones como por nuestra actividad si, como Pablo, nos mantenemos fieles y esperamos con él la recompensa celestial.