A veces me dicen que el mejor psiquiatra es el Sagrario. A lo que suelo responder: sí, y también el mejor ginecólogo y el mejor traumatólogo. No les hace gracia, pero a Dios sí, que es el mejor humorista.
Pero, ¿qué se puede esconder tras esa referencia a Jesús como psiquiatra? Quizá es que se acude a los psiquiatras para resolver asuntos que no son tanto de salud mental como de salud espiritual, para atender problemas de la vida que no son médicos; o que se les pide que quiten un sufrimiento que es necesario pasar como ser humano completo que se desarrolla. La ciencia refiere que una verdadera vida espiritual -independientemente de la religión- facilita una mejor salud mental por las consecuencias de aceptación, abandono, conexión con uno mismo, trascendencia hacia la naturaleza y las personas, y capacidad para la comprensión y la compasión.
Algunos persisten en explicarme por qué Jesucristo sí es el mejor psiquiatra, mientras imagino a Jesucristo diciendo que “al César lo del César”, y que no ha venido a resolver herencias, ni otros asuntos humanos.
Dios puede hacer el milagro y curar cualquier enfermedad, pero normalmente nos anima a ir al médico, poner los medios a nuestro alcance, atender a su presencia ordinaria en las manos de otros, y que no pidamos lo que corresponde a nosotros resolver, curar o atender. No parece que el Jesús adolescente resolviera las dificultades del trabajo artesano de José.
Ver a Jesús como responsable de resolver mi salud, sería como considerar que el mejor servicio de mensajería es el ángel custodio, porque a santa Gema le llevaba las cartas, o que el mejor cañón antiaéreo es el padre Pío, porque se apareció en el aire a unos pilotos de unos bombarderos y los apartó de su pueblo. A Dios lo que es de Dios, y al médico lo que es del médico, y que cada quien se rasque con sus uñas.
¿Puede un enfermo mental ser amado por Dios y amar a Dios? Hay quienes se sorprenden mucho cuando les cuento que hay santos canonizados que tenían problemas de salud mental: san Luis Martín, padre de Teresita, estuvo tres años en un manicomio; san Camilo de Lelis fue ludópata; san Josemaría padeció insomnio; Josefina Bakhita tenía síntomas de estrés postraumático por los abusos sufridos; santa María Egipciaca tuvo adicción al sexo y san Óscar Romero un Trastorno Obsesivo Compulsivo, en fin, personas normales como tú y como yo, que amaban a Dios y que necesitaban un médico.
¿Puede el trato con Dios favorecer la salud mental? Hay cuatro líneas que podrían facilitar que el trato personal con Dios genere salud mental:
1.- Eres bueno. Dios te ama porque sí, porque eres. Eres predilecto, amado antes, y no tienes que hacer nada especial para que Dios te ame. Él ya lo hace, aunque tú no se lo pidas. Él te invita a la fiesta del Amor y tú, si quieres, te sumas y disfrutas. Esto es muy potente para la estima personal, para el modo en que te vinculas a los demás y desarrollas tu estilo de apego, y para la seguridad en ti mismo: ¡cómo no vas a estar sereno, seguro y optimista si todo un Dios anda enamorado de ti! Eres una persona digna, válida, única, auténtica.
2.- Tienes energía, y esa energía es buena. El ser humano se desarrolla, potencia sus habilidades, es capaz de tener ideas, inventar, crear arte, transformar la materia. ¡Creced, multiplicaos y gobernad la tierra! Has heredado toda esa potencia de Dios, aprovéchala, no te quedes quieto, desarrolla tus talentos. Aprender todo esto en una catequesis, animará a no tener miedo al progreso, a la propia fuerza, a la libertad de uno, a ser consciente de que se puede dirigir la propia vida. Eso sí, que tus acciones te personalicen, te autentifiquen y potencien tu propia identidad, lejos de la cultura del éxito y de la comparación.
3.- Tienes limitaciones, luego, custódiate. Dios te ama, y ama tus proyectos, y a la vez te recuerda que no eres Dios y que por lo tanto es necesario que te cuides, que descanses, que proporciones tus expectativas, que pongas límites, que te preguntes por lo bueno para ti, que no todo te conviene.
4.- Necesitas ser transformado. Al igual que la Trinidad, el hombre es relacional, gracias a las relaciones interpersonales tu identidad se desarrolla más. No se trata ya de que tu libertad termine donde empieza la mía, sino que mi libertad se mejora, se enriquece y se potencia gracias al encuentro con la tuya, en el roce del día a día con tantas personas. No es sólo que sea Dios quien me transforma, sino que la presencia de Dios en cada una de las personas con las que me relaciono me interpela para hacerme presente, y practicar aquello de amar a los demás como a uno mismo, con la paradoja de que al darme me poseo más.
Psiquiatras hay muchos, Salvador solo hay uno.




