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Santo Tomás de Aquino sobre la humanidad

A diferencia de la postura evolucionista defendida por Charles Darwin y otros pensadores, los escritos de santo Tomás de Aquino ofrecen a una interpretación del ser humano que tiene en cuenta su fin último: la comunión con Dios.

Fr. Alan Joseph Adami OP·24 de agosto de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
Santo Tomás de Aquino, de Francisco de Zurbarán.

En 1858 y 1859 Alfred Russel Wallace y Charles Darwin publicaron sendas obras en las que proponían una teoría evolucionista de la creación. Según esta teoría, el estado actual de la creación es el producto de un largo proceso natural de transmutación de especies que se rige por el azar y la eliminación natural. En consecuencia, las teorías evolucionistas prescindieron del concepto mismo de naturaleza de una teleología intrínseca en la naturaleza de las cosas. Los seres creados ya no se consideran microcosmos que avanzan hacia alguna finalidad, sino que lo que explica su evolución es el azar.

Sin embargo, las teorías evolucionistas no sólo influyeron en las definiciones de la composición natural de los seres humanos, sino que también tuvieron una enorme trascendencia en el significado mismo del “ser” humano.

Una de las principales escuelas morales derivadas de esta visión es el naturalismo moral. Para dar una definición general, el naturalismo moral es la escuela que sostiene que los hechos morales son hechos que pueden deducirse empíricamente de la investigación científica mediante la observación de patrones de comportamiento y convenciones naturales recogidos por la primatología, la antropología, la biología, la psicología, la neurociencia y disciplinas similares.

A modo de ejemplo, algunos pueden sostener que la monogamia es un hecho moral que podría explicarse en virtud de algunas convenciones sociológicas, pero que no tiene ningún valor moral intrínseco. Digamos que los simios sólo desarrollaron las relaciones monógamas para evitar que los hombres mataran a las crías de sus rivales. Por otra parte, se podría argumentar que el hecho moral “no matarás” puede explicarse en vista de la necesidad evolutiva de una especie para sobrevivir o que la “felicidad” es una reacción neurótica.

Quisiera subrayar ciertos rasgos que influyen en los sistemas de valores morales populares. Éstos tienden a (i) socavar una cierta finalidad intrínseca o teleología grabada en la propia naturaleza de los seres vivos; (ii) fundar los estándares normativos morales en patrones de comportamiento primigenios.

Las tres facultades

A pesar de no estar familiarizado con las teorías evolucionistas de la modernidad, santo Tomás de Aquino reconoce que los seres humanos comparten rasgos naturales comunes con otras criaturas. Por “rasgos” no entiendo aquí características de comportamiento, sino poderes naturales en virtud de los cuales la criatura hace algo. Algunas de estas facultades se comparten con más criaturas que otras. Según santo Tomás, la persona humana goza de tres tipos de facultades: (i) vegetativa; (ii) sensitiva; (iii) racional.

El poder vegetativo es el que comparte la mayor variedad de criaturas. Es el poder natural de crecimiento. Una planta tiene un poder intrínseco para enraizar, hacer crecer un tallo, hojas y flores. Un ser humano también tiene un poder intrínseco para crecer desde un feto a un niño hasta la edad adulta y así sucesivamente. El poder sensitivo también se comparte con muchas otras criaturas.

Por último, el ser humano goza de otro tipo de poder que, según el Aquinate, comparte con los ángeles y con Dios mismo, a saber, el poder racional. La potencia racional es doble: por un lado, el ser humano goza de una apertura intelectual al mundo exterior por la que es capaz de conocer la verdad de los seres extramentales. Por otra parte, también goza de una apertura afectiva por la que reconoce la bondad de los demás seres y los desea.

La actividad racional del ser humano es distintiva en la medida en que capacita a la persona humana para vivir su vida de un modo particular. Cualquier respuesta, por tanto, que defina lo que constituye el fin del ser humano no puede ser ajena a la vocación particular que surge de la propia composición espiritual y material de la naturaleza humana.

La muestra paradigmática de ser humano es, para santo Tomás, actuar racionalmente, es decir, vivir la propia vida a la luz de la verdad y en la búsqueda de la felicidad, que es ese bien último que no se desea por ninguna otra razón más que por sí mismo.

Intencionalidad del ser humano

Para santo Tomás el ser humano tiene una cierta intencionalidad que emerge de la interioridad misma de sus potencias naturales.

Hay una cierta perfección particular que se insinúa a través del ejercicio de las cualidades más nobles y pertinentes del ser humano: el poder de conocer y desear racionalmente lo que es bueno, satisfactorio y perfectivo para la persona humana.

Todo lo que entra en el ámbito de la voluntad de la persona humana comporta ciertas cualidades perfectivas que el intelecto humano juzga como bienes que, de algún modo, colmarían el deseo del sujeto humano.

Es por esta razón que el Aquinate dice que todas las cosas son perseguidas por la persona bajo una noción del bien. Todo lo que la persona humana desea es deseado en cuanto comporta alguna bondad perfectiva. 

Sin embargo, el Aquinate piensa que no existe ningún bien creado que sea completamente idéntico a la forma de la bondad misma. Tal cosa tendría la capacidad de saciar por completo mi deseo de bondad. Tendría que ser tal que, una vez alcanzado, todo deseo por el bien cesara y se convirtiera en de ser dueña de sus propios actos y dirigirse libremente a lo que es verdaderamente perfectivo para ella mediante la operación de su intelecto y voluntad. 

Vivir la vida racionalmente, es decir, vivir la propia vida orientándose hacia lo que es verdaderamente perfectivo de la persona humana, constituye la libertad.

Este es un punto muy destacado que santo Tomás hace con respecto al ser humano. Contrariamente a la visión predominante de nuestro tiempo, la libertad no se tiene por la ausencia de coacción exterior, sino por una habilitación interior para la ordenación efectiva de todos los elementos interiores y exteriores de la propia vida al servicio de la verdad y la bondad últimas que son perfectivas de la persona humana.

En el prólogo a la segunda parte de la Summa Theologiae, santo Tomás prefigura su tratado sobre la libertad mediante la noción teológica de la imagen de Dios. Escribe que después de haber considerado en la Primera Parte de su obra “el ejemplar, es decir, Dios, y de aquellas cosas que surgieron del poder de Dios de acuerdo con su voluntad”, ahora, en la Segunda Parte de su obra, el Aquinate se vuelve hacia “la imagen [de Dios], es decir, el hombre, en cuanto que también él es el principio de sus acciones, como poseedor del libre albedrío y del control de sus acciones”.

Ser humano

Este pasaje resume nuestro debate anterior sobre lo que implica ser humano para el Aquinate. La persona humana no es producto del azar, sino de la sabiduría y del amor de Dios, que configuran un orden providencial según el cual las criaturas, a través de la perfección de sus formas, realizan la imagen de Dios inscrita en su perfección natural y proclaman así, en el ámbito de lo creado, la bondad y la perfección eternas de Dios (cfr. ST Ia, q. 44, a. 4). De ahí surge el significado de lo que es ser un ser humano.

Ser humano, para el Aquinate, implica vivir la propia vida en libertad para la búsqueda de la verdad y el amor de Dios como principios últimos de la perfección de la persona humana. En última instancia, según santo Tomás, una vida vivida en el culto de la verdad y el bien implica que, al ser humano, cada persona se convierte en un anuncio, en la historia, de la sabiduría y la bondad divinas de Dios alegría por su posesión. Nuestra propia experiencia nos enseña que, a pesar de la satisfacción que nos produce la consecución de ciertos bienes creados, seguimos deseando muchas otras cosas.

Según el Doctor Angélico, sólo hay un fin que agota totalmente la formalidad de la bondad. Esta es otra manera de decir que hay un ser cuya naturaleza misma es la bondad misma, de modo que cuando se alcanza la perfección de la bondad misma se alcanza: Dios. Para el Aquinate, los anhelos más profundos de la naturaleza humana, encuentran su descanso en la contemplación y comunión con Dios, ya que en Dios encuentran su objeto perfecto y último de verdad y amor.

La libertad

Que la verdad y el bien sean perfectivos del ser humano en cuanto ser humano es indicativo, no sólo de cuál es esencialmente su fin último, sino también del modo de alcanzarlo.

Ser humano, según el Aquinate, no implica la imitación de patrones de comportamientos primordiales. Lo que es moralmente recto y moralmente malo no puede medirse con hechos observados en diversas disciplinas de las ciencias. Más bien debe valorarse según el grado en que contribuyen al florecimiento humano. La muestra del florecimiento humano es el grado en que la persona humana es capaz

El autorFr. Alan Joseph Adami OP

Profesor de Sagrada Teología en la Universidad Pontificia Santo Tomás de Aquino de Roma

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