


Basta un vistazo a Internet para constatar que en los últimos años ha hecho su aparición una nueva corriente cultural, por llamarla de alguna manera: el terraplanismo. Realmente sería muy interesante estudiar cómo ha podido surgir y sostenerse ese conjunto de ideas en pleno siglo XXI, pero no es este el objetivo de estas líneas.
Lo que me interesa ahora es que, en este contexto, se ha llegado a afirmar que la Iglesia católica defendió con fuerza en el Medievo la planitud de la tierra, incluso en contra de científicos como Galileo que afirmaban lo contrario. Al parecer este mito fue difundido en el siglo XVII, en el contexto de la campaña protestante contra las doctrinas católicas. Algo más tarde sería retomado por algunos autores del siglo XIX –como John William Draper o Andrew Dickson White– que intentaban sostener un aparente conflicto entre ciencia y fe. La obra de Washington Irving sobre el viaje de Colón, y los supuestos problemas que tuvo para defender la viabilidad de su viaje por esta cuestión, contribuyó sin duda a afianzar esta idea en el imaginario popular.
Mi propósito con estas líneas es dejar claro que esa pretendida defensa de la planitud de la Tierra por parte de la Iglesia no es más que una de las muchas falacias que suelen esgrimirse al plantear la supuesta batalla entre conocimiento científico y religión.
Los orígenes de la idea de una Tierra esférica
Parece ser que fue Pitágoras el primero en proponer que nuestro planeta es esférico. Él consideraba que la Tierra era uno más entre los muchos cuerpos celestes que pueblan el Cosmos y, por lo tanto, era lógico pensar que nuestro amado planeta fuera redondo, al igual que todos los astros. Sin embargo, lo cierto es que esta doctrina tuvo por aquél entonces muy pocos seguidores.
No es hasta el siglo IV aC que la esfericidad de la Tierra comienza a ser aceptada. En su diálogo «Fedón», Platón pone en boca de Sócrates la afirmación de que el mundo es redondo y, algunos años después, Aristóteles presenta en su obra «Sobre el Cielo» los principales argumentos en favor de esa idea. Se basa en primer lugar en el cambio de la distancia al horizonte de las constelaciones, que observan todos los marinos al dirigirse hacia el norte. Y en segundo lugar, en la observación de los eclipses lunares: es evidente que la sombra que la Tierra proyecta sobre la Luna es perfectamente circular.
Tras las pruebas presentadas por Aristóteles, la idea de la redondez de la tierra se fue extendiendo paulatinamente por todo el Mediterraneo, sin que prácticamente ningún pensador serio se opusiera a ello. Es cierto que pocos entendían cómo podían sostenerse las cosas en lo que podríamos llamar «el lado de abajo”… Pero eso es otra historia.
Ya en el 240 aC, Eratóstenes encontró la forma de medir el diámetro de la Tierra, fijándose en el ángulo de la luz solar sobre la superficie. De esta forma calculó que nuestro amado planeta tiene un diámetro de unos 12.000 kilómetros y una circunferencia de unos 40.000 Km. Estuvo bastante acertado: el dato correcto es de 40.091 km en el ecuador.
La visión cristiana y medieval de la esfericidad terrestre
Tal y como afirma Plinio el Viejo (+ 79) en su «Naturalis historia», la redondez de la Tierra era algo generalmente asumido por la gente culta en la época en que nació Nuestro Señor. E indudablemente, entre esas personas instruidas se encontraban los padres de la Iglesia y los teólogos de los primeros siglos de nuestra era.
Son muchos los textos que dejan claro que esta era la opinión general entre los pensadores cristianos. Podemos citar como ejemplo escritos de San Agustín, Boecio, San Isidoro de Sevilla o San Beda el Venerable, todos ellos primeras espadas de la teología. Y lo mismo puede decirse de los pensadores orientales y árabes. Es cierto que algunos autores, como San Juan Crisóstomo, se oponían a esta visión de la Tierra. Pero puede decirse que se trata de excepciones; a partir del siglo VIII ningún erudito digno de tal nombre cuestiona la esfericidad del planeta. En este contexto es interesante ver, por ejemplo, que cuando Santo Tomás de Aquino, ya en el siglo XIII, toca el tema en la «Summa», lo hace suponiendo que todos sus alumnos conocen esa realidad. Otra cosa, claro está, es que el ciudadano «de la calle» estuviera al corriente…
Un claro ejemplo de la extensión de esta creencia es el uso generalizado del «globus cruciger» (la representación del mundo como un orbe coronado por la cruz), en muchos reinos Europa: está atestiguado desde los tiempos del emperador Teodosio II (401 – 450), y a lo largo de toda la Edad Media. Y un buen número de imágenes religiosas, como la conocida imagen de Nuestra Señora de Montserrat, o las representaciones de Cristo «Salvator Mundi» muestran también esa firme creencia en la redondez de la Tierra. Pero veamos un último ejemplo, a mi modo de ver bastante interesante. Me refiero al escudo de la multisecular orden de los Cartujos: representa el mundo coronado por la Cruz de Cristo, y con un lema que no tiene desperdicio: «Stat Crux dum volvitur orbis»; la Cruz permanece estable mientras el mundo da vueltas.
En resumen: la idea de una iglesia medieval defendiendo que la Tierra es plana no parece resistir un simple análisis histórico. Más bien parece un nuevo caso de ese afán que tienen algunos en encontrar, aunque sea de forma artificial, un conflicto entre ciencia y fe.
Físico y sacerdote.