El hecho de que los africanos dediquen mucho tiempo a las actividades litúrgicas, especialmente a la Santa Misa dominical, ha suscitado tanto admiración como reproche entre los no africanos. Para algunos, la música, el ritmo y la alegría de las Misas en África resultan memorables; para otros, todo se percibe como exagerado o una pérdida de tiempo.
Durante mi estancia en Europa, he tenido la oportunidad de encontrarme con algunos clérigos y fieles laicos que, después de haber visitado África, no cesan de comentar que las Misas son largas y coloridas, en el sentido de que hay muchos cantos y bailes. Admiten incluso que, si en Italia alguna vez mientras se canta, alguien intenta mover la mano o sacudir la cabeza, tienden a pensar que es africano o que ha tenido una experiencia africana. En cualquier caso, he constatado con alegría que estas personas jamás han condenado nuestras prácticas, sino que más bien estaban fascinadas por ellas, e incluso pasé mucho tiempo intentándoles explicar lo que hacemos y por qué lo hacemos.
Este artículo es una de esas oportunidades. Como sabemos, África es un continente rico en culturas e idiomas. Estos elementos juegan un papel en la vida cotidiana de las personas e incluso en su expresión de culto y, si bien estas diferencias son muy grandes entre los más de 50 países del continente, aquí pueden no ser significativas, ya que, en África, todos damos un particular lugar a Dios en nuestra vida y tanto la música como la danza acompañan naturalmente nuestra existencia.
El lugar de Dios en la vida cotidiana de un africano
La presencia de lo sagrado rara vez se encuentra ausente en la cultura humana. Adorar a Dios es algo natural. En este sentido, la teología considera la virtud de la religión como ese hábito que consiente reconocer la existencia de Dios, creador y sustentador del mundo, y nos lleva a darle el culto y la adoración debidos.
En la cultura africana, la expresión del culto divino imbuye casi todos los aspectos de la vida: en la mente africana, ningún ser es más importante que Dios. A Él le debemos nuestra existencia y la existencia de todas las cosas. Quienes practican la religión tradicional africana, como no se sienten dignos de estar directamente ante el Dios Todo poderoso, recurren a los dioses menores como intercesores entre el Todopoderoso y los hombres. Por supuesto que en el cristianismo esta idea no se sostiene: tenemos un solo Dios verdadero. Sin embargo, los cristianos, y en particular los católicos, tenemos ese mismo deseo de reconocer y adorar a Dios en todo momento: todo se dirige a Él y Él es visto detrás de todo lo bueno: «Dios vio todo lo que había creado y era bueno» (cfr. Gn. 1,31). Más aún, las situaciones desfavorables son vistas como signos divinos o castigos por el mal cometido por un pueblo o una comunidad. Esta idea no difiere de lo que leemos en la historia de Israel durante su cautiverio y exilio.
De todos los dones, la vida es el más celebrado. Por esto, los nombres que se les dan a los niños la mayoría de las veces coinciden con un atributo de Dios. La cultura «Igala» de Nigeria, – mi cultura –, tiene esto muy presente, especialmente entre los cristianos. Los nombres expresan a los niños como dones de Dios, como manifestaciones de su poder, bondad o misericordia, etc. Un niño, a los pocos días de nacer, es llevado a la iglesia, donde es presentado a Dios y a la comunidad cristiana. Esta presentación – distinta del Bautismo -, es una práctica frecuente entre las comunidades cristianas. Además, todas las cosas materiales son vistas y tratadas como regalos de Dios. Por esta razón, se suele dar gracias a Dios antes de usar cualquier cosa que adquirimos, sean casas, automóviles u otros bienes materiales. Asimismo, cuando se cosechan los productos agrícolas, siempre hay una celebración para dedicar los primeros productos de la cosecha a Dios.
Estos ejemplos muestran el lugar que se le da a Dios en la cultura africana. En consecuencia, la mente africana sostiene que todo lo que se dedicará a Dios o gira en torno a Su nombre debe ser lo mejor. Me refiero tanto a los bienes materiales, como al don del tiempo o a los talentos intelectuales que recibimos. El punto es que le damos a Dios todo lo que tenemos, teniendo en cuenta que todo lo recibimos de Él y a Él le damos lo mejor.
Bailar y cantar en la cultura africana
Según Alfred Opoku, en su obra «La danza en la sociedad tradicional africana», “la danza es la forma de arte más antigua y, desde el punto de vista africano, la más completa y satisfactoria de las artes… La danza es una forma de arte espacio temporal … para expresar ideas y emociones en el tiempo y el espacio mediante el uso de movimientos disciplinados por el ritmo del sonido, la locomoción y los movimientos corporales”. Por lo tanto, no es un mero movimiento desordenado del cuerpo: es mucho lo que se necesita para adquirir este arte y, por eso, no se danza en cualquier ocasión.
Los movimientos de baile, especialmente aquellos que se denominan únicos debido a sus técnicas o su lugar central en la cultura de un pueblo en particular, están reservados para ocasiones especiales e individuos excepcionales. En África, nunca faltan grupos de danzantes: son algo natural para todo niño africano. Los bailes se han convertido en formas de expresar alegría y gratitud: en los días de grandes fiestas ante el rey, su gabinete y todo el pueblo, bailar es un signo excelente de entretenimiento y aprecio.
Tipos de bailes
No es erróneo afirmar que el arte de la danza tenía algo que ver con el culto a los reyes como una de esas formas esenciales de expresar los profundos sentimientos de acción de gracias. En efecto, la danza tiene mucho que ver con las emociones. No basta aprender las habilidades de movimiento corporal. La emoción – especialmente la alegría y el agradecimiento – ocupa un lugar clave en el arte de la danza. En esta línea Doris Green, en su obra «The Cornerstone of African Music and Dance», afirmó que “hay dos categorías separadas de danzas dentro del baile tradicional. Las danzas asociadas con el ciclo de la vida, como el nacimiento, la muerte, las ceremonias de nombramiento, la iniciación y la pubertad, tienen rutinas fijas que cada sociedad étnica posee”. Por eso, los bailes no solo son ocasionales, sino que también los estilos y movimientos de cada danza suelen ser distintos según las culturas y sociedades.
La otra categoría es la de aquellos bailes relacionados con “la causalidad de eventos”, para tomar prestada su expresión. Es decir, “aquellos bailes basados en un evento o suceso que los participantes eligen recordar y por eso crean movimiento y le ponen música”.
La música, por tanto, es la respuesta a los pasos de baile; con esto no quiero decir que en África toda música esté intrínsecamente ligada a la danza. Por mucho que vayan juntas, la música es un arte diferente que puede funcionar por sí solo. Tratando de definir la danza, Green afirma que “es la forma más antigua y extendida de movimiento africano interpretado con música. Hay una relación inseparable entre la danza y la música”; ambas artes se desarrollaron contemporáneamente. Inicialmente, las fuentes de la música eran básicamente las “lenguas de tambor, que son réplicas de las lenguas habladas por el pueblo”.
En el pueblo Yoruba del oeste de Nigeria, por ejemplo, esto se puede constatar fácilmente: hay un instrumento de percusión conocido como el «tambor parlante». Este instrumento, para los que lo tocan bien, es notorio por la imitación del lenguaje hablado del pueblo e incluso se utiliza en la recitación de adagios. Como resultado de este poder, algunas personas están bien entrenadas para tocar e interpretar lo que dice. Lo mismo puede decirse de la «oja» del pueblo Igbo del este de Nigeria. Este instrumento es un tipo especial de flauta tallada en madera.
Las funciones de la música no son tan diferentes de las funciones de la danza en la cultura africana. La música sirve en la celebración de la vida, donde juega un papel muy importante tanto en la expresión de la alegría, como en los entierros, donde se cantan cantos fúnebres y panegíricos. La música no puede ser eliminada de las celebraciones rituales; tiene un papel esencial en el acompañamiento de los rituales que marcan transiciones críticas en la vida: transmite mensajes, celebra logros y es siempre un medio de expresión emocional colectiva. La música es algo natural para todo niño africano. No es difícil expresar nuestras emociones en formas musicales, solo se necesita el sonido de los tambores, y las palabras comienzan a fluir progresivamente, obviamente en línea con lo que se quiere expresar. La mayoría de las veces, los tambores incluso no sirven. En armonía, la gente eleva la voz y se une en coro para alabar a Dios o para lamentarse.
El “por qué” de la duración de las Misas: el lugar del canto y el baile
No era nuestra intención dar lecciones sobre la música y la danza en África, pero consideramos que sólo cuando se comprende el lugar natural que tiene la música y el baile en la vida de los africanos se pueden comprender algunos de los aspectos fundamentales de la «liturgia africana» y por qué se enfatizan tanto, provocando consecuentemente un aumento en la duración de las Misas.
No recuerdo haber participado jamás en una Misa sin música. Por supuesto, sabemos que con las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II, se abrieron las puertas a la inculturación, y esto le hizo mucho bien a la Iglesia en el sentido de que provocó un gran crecimiento entre los fieles y dio lugar a un renacimiento de la música nativa expresando el sentir popular. Los fieles podían ahora escuchar las Misas y oraciones en sus idiomas nativos y los cantos litúrgicos se interpretaban en los idiomas locales. Hoy cualquier persona puede expresarse libremente a Dios cantando, sin sentirse obligada a cantar lo que nunca entendió (seamos claros, no tengo ningún prejuicio sobre los cantos gregorianos latinos: de hecho, los amo y se cantan en muchas misas africanas, pero no todos los entienden).
Entonces, ¿qué hacen los africanos durante la Misa? Las Misas en África tienen la misma estructura que en el resto del rito latino. ¿Qué cambia entonces? Sustancialmente no cambia nada en la estructura o forma de la Misa, pero cambia el «modo» de la celebración. Lo primero que los africanos tienen en mente es que no están ante cualquier persona; están ante Dios, el Ser supremo: por tanto, si delante de mi rey, bailo y expreso alegría y canto fuerte y enérgicamente, entonces el modo con el que me dirigiré a Dios debe ser exponencial, porque la vida de mi mismo rey también está en las manos de Dios ante quien estoy. La idea de la presencia de Dios cambia mucho nuestra actitud en la Iglesia e incluso cambia nuestro modo de vestir. Si bailamos enérgicamente ante nuestros reyes terrenales, ¿por qué no multiplicar esa energía en alabanza al Rey de reyes?
La música de cada parte de la Misa
El rito introductorio siempre se acompaña con música. Las canciones utilizadas para la procesión están fuertemente acompañadas por instrumentos musicales, y naturalmente impulsan a la gente a bailar. Desde el inicio de la Misa, el pueblo ya está bailando para alabar a Dios. Siempre he llegado a ver esto como resonancia de las palabras del salmista: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (cfr. Salmo 122, 1).
Al final del rito penitencial, nos unimos a las voces de los ángeles para cantar la gloria de Dios. Puede sonar gracioso, pero elegir una melodía de Gloria que solo esté acompañada por el organista nos resulta aburrido. Las canciones preferidas van acompañadas de tambores y platillos. La razón de esto no es descabellada. Como hemos señalado, las canciones y las danzas tenían su lugar en los cultos de los reyes; como consecuencia de esto, cuando los africanos van a la iglesia y tienen que cantar Gloria a Dios, lo hacen de la manera más alegre posible. Así, habitualmente el canto del Gloria se acompaña con las palmas al ritmo de la melodía, el cuerpo se mueve al ritmo de los sonidos armoniosos que provienen de los instrumentos musicales, tanto locales como foráneos.
Otra forma práctica, parte de la liturgia de la Palabra, que nos parece oportuno citar también, es la de acompañar el libro del Evangelio poco antes de su proclamación con pasos de baile desde la parte posterior del templo. Esto se hace principalmente en las grandes fiestas y solemnidades para honrar la Palabra del Señor.
El ofertorio
El ofertorio es otro momento de gran alegría. Al llegar a Europa, una de las partes de la Misa que me llamaron la atención fue cómo la gente ofrecía dones a Dios. Aunque he visitado pocas parroquias, he visto que alguien suele ir por ahí recogiendo lo que la gente tiene para ofrecer. Aunque esta práctica se encuentra también en varias Iglesias africanas, me atrevería a decir que es una costumbre reciente.
Lo común en las iglesias africanas es que la caja de la colecta se lleve al pie del altar en el pasillo central o en los pasillos laterales del templo, y la gente se mueve de manera ordenada desde sus asientos para ofrecer lo que tiene a Dios. Este movimiento, por supuesto, va acompañado de alegres cantos e instrumentos que impulsan a bailar. La razón detrás de esto es que la gente no solo ofrece algo material adecuado a Dios, sino que se ofrece a sí mismo y todo lo que tiene: el don de todo el cuerpo, expresado con movimientos de danza, las voces para cantar, las alegrías y las esperanzas.
Los cantos utilizados en esta parte de la Misa expresan acción de gracias, tanto por el don de la vida, como por el don de todo lo que tienen. Se trata de un reconocimiento del hecho de que todo lo que tienen y son le pertenece a Él y proviene de Él (Salmo 24, 1-2; Hageo 2, 8; Santiago 1, 17). Una vez más, la idea del lugar que Dios tiene en nuestra vida influye también aquí.
Un ejemplo de Ghana
Me encantaría concluir esta sección con una observación de Amos Nyaaba, un seminarista de Ghana. Amos reconocía que, en el contexto ghanés, la música y la danza tradicionales están relacionados con los dioses o incluso con los antepasados a los que se invoca para dar gracias, o hacer peticiones, etc.
Sin embargo, con la llegada del cristianismo estos usos se cristianizaron pero conservaron su sentido o forma original. Así, para los cristianos, las danzas que antes se ejecutaban en nombre de los dioses y de los antepasados por diversos motivos, a partir de entonces, se realizaban en el culto al Dios Todopoderoso y para nosotros, los católicos, en la Misa. Así, mientras un típico ghanés de religión tradicional bailaba durante las ceremonias – como festivales, funerales, matrimonios o ceremonias de nombramiento – para agradecer y rogar a los dioses; otro acérrimo católico ghanés o un cristiano protestante ejecutaban las mismas danzas durante la celebración de eventos similares en la Misa, o en sus oficios, siendo conscientes sin embargo, del hecho de ellos todo lo hacen en alabanza al Dios Todopoderoso, Uno y Trino.
Permítanme agregar rápidamente –decía Amos– que para el católico ghanés de todos los días, asistir a Misa, especialmente la Misa dominical, sin bailar (o al menos asentir con la cabeza o aplaudir y cantar con emoción) es anormal. La gente ve la Misa como una vía no solo para orar, sino para expresar su alegría y la voluntad (el querer) de estar en la presencia de Dios. Un hombre, por ejemplo, que un día asiste a Misa en Ghana y no baila, no debería sorprenderse si le preguntan: “Hermano mío, ¿estás enfermo?”. Esto se expresa con una voz ghanesa, pero no me equivocaría al pensar que es así en la mayor parte de África.
La homilía
Además de todo esto, habría que destacar el papel que juega la homilía en todo este discurso sobre la duración de la Misa. Cualquiera que haya participado en una Misa en un entorno africano estará de acuerdo conmigo, si afirmo que las homilías suelen ser largas, sobre todo, los domingos, los días de precepto, fiestas y ceremonias. La razón es que se aprovechan tales oportunidades para enseñar e instruir a la gente acerca de la Palabra de Dios. Los obispos, en particular, suelen hacer homilías muy largas, pues son los pastores principales del rebaño de Dios. Por otra parte, hay que considerar que, muchas personas pasan mucho tiempo caminando para llegar a su iglesia local, y se sentirían decepcionados si el sacerdote se apresura en una homilía.
La última cosa que me encantaría señalar es que, para los africanos, el tiempo que se pasa en la casa de Dios jamás es un desperdicio. Es su manera de santificar el «Sabbat» (Deuteronomio 5, 12-15). Trabajan seis días y ofrecen el séptimo día al Señor de la mejor manera que pueden expresar esta ofrenda. Espiritualmente, el tiempo no es nuestro; es un don de Dios, y un día en la casa de Dios, dice el salmista, es mejor que mil en cualquier otro lugar (Salmo 84, 10).
director del coro del colegio Sedes Sapientiae en Roma