Cultura

Matera, el lugar en el que Mel Gibson rodó «La Pasión de Cristo»

De la historia milenaria y la vida campesina a la gloria cinematográfica: la ciudad de Matera pasó de ser la vergüenza de Italia a Patrimonio de la Humanidad y símbolo de renacimiento cultural.

Gerardo Ferrara·4 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
Matera, Italia

©Cortesía del autor

Es bien sabido que Mel Gibson ha comenzado el rodaje de la secuela de su célebre película «La Pasión de Cristo» (2004), cuyas escenas más impactantes fueron filmadas en Matera, Italia, ciudad famosa por sus Sassi y por su arquitectura y paisajes, que recuerdan profundamente a los del Medio Oriente. «Resurrection» debería estrenarse en 2027 y también será rodada en Italia, especialmente en Matera.

Siendo yo originario de esta pequeña región del sur de Italia, no puedo sino alegrarme: es una región poco conocida, pero riquísima en historia.

En mi lugar de nacimiento, Policoro (la antigua Heraclea), en la antigua Magna Grecia, Pirro, rey del Epiro, luchó contra Roma utilizando elefantes de guerra. De allí proviene la famosa expresión “victoria pírrica”: el rey griego ganó, sí, pero con pérdidas tan elevadas que hoy la frase se utiliza para indicar un éxito inútil.

También en la costa oriental de esta región, en Metaponto, enseñó Pitágoras y fundó su célebre escuela. De Venosa, en cambio, en el noroeste, era originario el poeta latino Horacio. En la Edad Media, la Basilicata fue elegida por Federico II de Suabia para construir allí algunos de sus castillos más famosos.

Una región no muy grande, y sin embargo tan prestigiosa en la Antigüedad, cayó después durante siglos en el olvido nacional e internacional, hasta que Carlo Levi, escritor italiano judío confinado aquí por Mussolini, describió su realidad campesina en «Cristo se detuvo en Éboli». En aquella época, Matera, con sus Sassi, fue visitada por Levi, pocos años antes de que Palmiro Togliatti, líder del Partido Comunista Italiano, y sobre todo Alcide De Gasperi, presidente del Consejo, denunciaran las condiciones de extrema pobreza y degradación en que vivían los habitantes de Matera, calificándolas de “vergüenza nacional”.

Una historia milenaria

Matera está situada a pocas decenas de kilómetros de mi ciudad de origen. Considerada una de las ciudades más antiguas del mundo aún habitadas (la más antigua de Europa), es un lugar donde la historia del hombre se entrelaza continuamente con la cultura y la fe campesinas. Sus célebres Sassi, excavados en la roca calcárea y habitados desde la prehistoria, son hoy reconocidos como un patrimonio arquitectónico único en el mundo. No en vano, en 1993 la UNESCO los proclamó Patrimonio de la Humanidad, y en 2019 Matera fue designada Capital Europea de la Cultura.

Los asentamientos rupestres de Matera se remontan a más de 9.000 años: primero como cavidades naturales adaptadas por el hombre como refugio, luego convertidas con el paso de los siglos en verdaderas casas, establos y talleres.

En la Edad Media, la expansión de la ciudad favoreció el desarrollo de una malla urbana en varios niveles: los techos de las casas más bajas se convertían en calles para las de arriba. Cada núcleo tenía su cisterna, su pequeña plaza y su lugar de culto. Por esta razón, en los años 50, Matera fue definida por el célebre arquitecto Le Corbusier como una “ciudad orgánica”: un modelo urbanístico espontáneo que integra al hombre y la naturaleza y responde perfectamente a las necesidades de la comunidad.

Entre Oriente y Occidente

Matera es también un cruce de culturas. Durante siglos, el sur de Italia estuvo bajo dominio bizantino (el nombre Basilicata deriva del griego «basilikós», gobernador imperial bizantino), también en el rito, y no faltan huellas de monasterios y topónimos típicamente griegos, incluso en la devoción a los santos.

Esto ocurrió especialmente tras la llegada, entre los siglos VI y XI, de monjes que huían del Oriente bizantino por las persecuciones iconoclastas. Todo el sur italiano acogió numerosas comunidades de basilianos, seguidores de san Basilio Magno (siglo IV), obispo de Cesarea y padre del monacato oriental. Ellos trajeron el rito griego, que en Matera dejó profundas huellas en los frescos de diversas iglesias rupestres: el Cristo Pantocrátor, la «Theotokos», los santos que bendicen “a la griega”, con dos dedos semiextendidos y tres doblados, símbolo de la Trinidad; mientras que en otras iglesias la iconografía y la bendición son “a la latina”. Hay incluso casos excepcionales, como la iglesia rupestre de Santa Lucía alle Malve, donde conviven figuras de santos que bendicen según ambos ritos: un ecumenismo anticipado.

En la ciudad se cuentan más de 150 iglesias rupestres distribuidas entre el Sasso Caveoso (la parte más antigua de Matera, excavada completamente en la roca), el Sasso Barisano (la parte algo más reciente y construida) y el altiplano de la Murgia, con su típico paisaje calcáreo de cañones y barrancos.

Entre las iglesias que no se pueden perder están Santa Maria de Idris, que domina la ciudad desde lo alto; San Pietro Barisano, la más grande; y Santa Lucia alle Malve. Estas iglesias no eran meros lugares de culto, sino centros de vida comunitaria y de formación: sus frescos eran auténticos “catecismos visuales”.

La vida cotidiana en los Sassi

Hasta los años 50 del siglo XX, los Sassi estaban habitados por campesinos, artesanos y familias numerosas que compartían espacios reducidos con los animales. Impresiona entrar en estas grutas (hoy de nuevo habitadas o abiertas al turismo) que eran cocinas, establos y talleres, con muebles ingeniosamente diseñados: cajoneras que se transformaban en cunas, utensilios perfectamente adaptados. Era una vida sin duda difícil, pero rica en vínculos vecinales y en un fortísimo tejido social.

Recuerdo todavía, en mi infancia en los años 80 en un pequeño pueblo del sur, a las mujeres que pasaban los días tejiendo en la puerta de sus casas, mientras nosotros, los niños, nos sentíamos hijos de todos, jugando libremente bajo la vigilancia de cualquier madre o abuela del barrio, que sabía reprender, pero también ofrecer un generoso trozo de pan con aceite y tomate para merendar.

Nosotros, sin embargo, teníamos casas cómodas y no vivíamos, como los antiguos habitantes de Matera, con los animales y sin agua corriente, electricidad ni servicios básicos.

Por ello, Carlo Levi y los políticos de la época generaron tanta indignación que, en 1952, se promulgó una ley especial para evacuar los Sassi y trasladar a los habitantes a nuevos barrios populares construidos ex profeso. Miles de familias fueron desplazadas.

Durante décadas, Matera fue recordada como “la vergüenza de Italia”. Y en efecto, quienes visitaban la ciudad todavía en los años 90 pueden recordar cómo los Sassi se encontraban en ruina y eran peligrosos. Nada que ver con el contexto actual, en el que se han convertido en sets cinematográficos y las personas compiten por alojarse allí incluso por pocos días, gracias a una inmensa obra de restauración y valorización que los ha transformado en viviendas, hoteles difusos y museos.

Matera en el cine: del Evangelio a la Pasión y a la resurrección de una ciudad

En las últimas décadas, Matera ha sido elegida por diversos directores para ambientar películas históricas y religiosas. El italiano Pier Paolo Pasolini, por ejemplo, rodó allí en 1964 «El Evangelio según Mateo», una película realista en la que decidió utilizar gente común y rostros campesinos en lugar de actores profesionales. De manera similar actuó Mel Gibson en sus obras. Incluso la película «Nativity» fue rodada parcialmente en esta zona.

Pero los Sassi no existen aislados: forman parte del paisaje áspero y majestuoso de la Basilicata, descrito y mostrado ya en numerosas películas, novelas y series de televisión en todo el mundo. Para quienes, como yo, han dejado su tierra en busca de nuevas oportunidades, volver a Matera y a la Basilicata significa, además de un viaje al pasado y festines de cocina local, revivir una historia a través de sus piedras y comprender que incluso de ellas pueden renacer la vida y la esperanza, cuando todo parece perdido.

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