Vaticano

Perspectiva y oración para afrontar el cónclave

"Simón, hijo de Juan, ¿Me amas?". La elección del nuevo Papa es un acto espiritual y eclesial que exige oración, discernimiento y confianza en la acción del Espíritu Santo.

Reynaldo Jesús·7 de mayo de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
oración cónclave

©Vatican Media

En estos días vivimos un acontecimiento histórico que es motivo de interés para toda la comunidad internacional, y no sólo para los católicos, puesto que la elección del sucesor de san Pedro no sólo busca proveer a la iglesia particular de Roma de un Obispo, sino dar un Pastor a la Iglesia Universal ya que, el sucesor de aquel pescador martirizado en la colina vaticana, se convierte en «Vicarius Christi», un título al que se adhiere la primacía, tanto de honor como de jurisdicción sobre la Iglesia de Cristo ejerciendo sobre la Iglesia una “plena, suprema y universal potestad” (LG 22). El fundamento de esta jurisdicción (Jn 21, 15-17) y las notas que le caracterizan confirman la promesa hecha por Jesús en Mt 16, 18-19 y este es el camino sobre el cual trataré de guiar estas líneas.

Rezar por el Papa fallecido y pedir por el Papa elegido

Durante los Novendiali, los cristianos suplicamos a Dios que “quien ha sido pastor de toda la Iglesia, pueda gozar eternamente en el cielo de los misterios de la gracia y del perdón, que él administró fielmente en la tierra” (cf. Misal Romano. Misas de difuntos IV. Por un Papa. Oración Colecta) y ahora, al terminar este período, la suplica toma un giro particular, se pide por un nuevo Papa, por un nuevo hombre de Dios que asuma el reto de guiar a su grey, que se abandone totalmente en la Providencia para ejercer una labor en nombre del Supremo Pastor, del Sumo y Eterno Sacerdote.

Pedimos con insistencia por un pastor que responda a la multiplicidad de elementos que caracterizan los tiempos modernos, un hombre que sepa continuar la marcha de la barca de Pedro, de la Iglesia; un hombre que dé continuidad al proyecto de Jesús en medio del mundo; un pastor que sepa acompañar, guiar y estar con las ovejas a él confiadas a pesar de las dificultades que el cargo supone y que, sin mérito propio, sino por pura Gracia, sepa sortear los retos y hacer resurgir el Reino de Dios en medio del mundo; un hombre que esté presente con su testimonio de vida sin olvidar que “nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres” (Benedicto XVI. Homilía 24 de abril de 2005), y por ello, que con su caridad y con la claridad de su doctrina para que todos, pastores y fieles, al final de nuestra peregrinación terrena podamos dar gloria a Dios eternamente en el Cielo.

Pedimos por un pastor que le agrade “por la santidad de su vida y nos favorezca por su vigilante celo pastoral” (cf. Misal Romano. Para la elección del Papa o del obispo. Misas y oraciones por varias necesidades y para diversas circunstancias, n. 4).

Una potestad fundada en el amor

Como veis, el obispo de Roma, el Papa (Petri Apostoli Potestam Accipiens, es decir, el que recibe la potestad del apóstol Pedro), tiene una misión grande, que solamente puede ser ejercida con la asistencia del Divino Espíritu y no por méritos propios. Esta potestad tiene una nota característica: el Amor. De hecho, casi en nota homilética, a la luz del pasaje de Jn 21, 15-17 descubrimos la grandeza del amor en el ejercicio de la potestad del Pastor de la Iglesia Universal. Pedro, niega conocer a Jesús en tres ocasiones en las horas de la Pasión (cf. Mt 26, 67-75. Mc 14, 66-72. Lc 22, 54-62. Jn 18, 15-18. 25-27) y Jesús, una vez resucitado cuestiona a Pedro la misma cantidad de veces sobre una sola cosa, sobre lo que para Jesús era, es y sigue siendo importante: sobre el amor.

En estos días en los que parece que el criterio de elección va siendo la capacidad de diálogo, la línea doctrinal, el aspecto de continuidad, la unidad, si se es de una línea de formación o de otra, de si hay elementos atractivos en la persona o facilidad de conexión con las diversas realidades eclesiales, lo que realmente interesa a Jesús y nos debería interesar a todos es la capacidad de amor, la profundidad de su relación con el Maestro porque, sólo quien ha sabido conectar con Jesús a través de su cercanía con Él, es capaz de afirmar con una convicción radical: «Dominus est» («Es el Señor«), como dijo el discípulo a quien amaba Jesús (Jn 21, 7).

El relato de la triple confesión de Pedro tiene algunas curiosidades, que merecen nuestra atención y, sin el ánimo de agotar la riqueza del texto, conviene citarlas. En primer lugar, la especie de gradualidad de la pregunta de Jesús, el hecho de que si bien ambas giran en torno al amor («ἀγαπᾷς με»), la primera de estas asume un elemento relacional, no solo es si ama a Jesús, sino si aquel amor sobre el cual es cuestionado es mayor que el de los demás, “más que estos” («ἀγαπᾷς με Πλέον τούτων» ─ Diligis me plus his?).

La respuesta de Pedro sobre el amor parece quedarse corta, Pedro al amor responde con cariño; Pedro a la experiencia de amar, responde con querer; y, sin embargo, Jesús le confía lo que tiene, su rebaño. Pero este rebaño también trae una distinción y que es percibida en la traducción griega, ante la respuesta a la pregunta con tinte relacional, Jesús confía sus corderos: «βόσκε τὰ ἀρνία μου», en cambio ante la segunda pregunta Jesús confía sus ovejas: «Ποίμαινε τὰ προβάτιά μου».

Al aspecto relacional Jesús confía a los pequeños, a quienes experimentan un crecimiento acelerado que determina toda su existencia, como los corderitos, ovejas que en los primeros meses de vida les caracteriza un pelaje suave, cuernos pequeños y una apariencia general tierna y delicada; no así las ovejas que, experimentan un crecimiento lento para convertirse en animales más grandes y robustos, con pelaje y cuernos más espesos y ásperos.

Finalmente, Jesús, como en la encarnación, se acerca a la realidad y debilidad humana y siendo que Pedro no da el paso para subir la gradualidad de su respuesta para hacerla corresponder eodem sensu et adequem sententia, es decir, en el mismo sentido y en el mismo sentir, Jesús desciende la gradualidad de su pregunta y le cuestiona sobre lo que ha respondido: «φιλεῖς με», es decir “¿Me quieres?”.

La grandeza de esta experiencia con Jesús ya la planteaba el Papa san Juan XXIII al afirmar que “el sucesor de Pedro sabe que en su persona y en su actividad es la ley de la gracia y del amor la que lo sostiene, lo vivifica y lo adorna todo; y de cara al mundo entero, es en el intercambio de amor entre Jesús y él, Simón Pedro, hijo de Juan, que la santa Iglesia encuentra su sostén como sobre un soporte invisible y visible: Jesús, invisible a los ojos de la carne, y el Papa, Vicario de Cristo, visible a los ojos del mundo entero”. Continuaba el Papa: “bien sopesado este misterio de amor entre Jesús y su Vicario (…), mi vida debe ser todo amor por Jesús y al mismo tiempo total efusión de bondad y de sacrificio para cada alma y para el mundo entero” (Diario del alma, ¿qué sostiene a Pedro?).

Confiemos en la acción de Dios que actúa desde su propio tiempo y que, los tiempos de dificultad y de prueba son antesala de tiempos de gloria, gozo, vida en, con y para Dios. La Iglesia del Señor no está al margen de esto, no conviene apuntalar según criterios nuestros, dejad actuar al Espíritu, dejad al Pastor Supremo elegir a aquel que la Iglesia necesita para los tiempos actuales y que, haciendo eco de las palabras del Papa Benedicto XVI, en nuestra oración sepamos que “una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. Apacentar quiere decir amar, y amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la Palabra de Dios, el alimento de su presencia” (Benedicto XVI, Homilía 24 de abril de 2005).

El autorReynaldo Jesús

Leer más
Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica