El desafío de la Iglesia frente a la homosexualidad

La Iglesia enfrenta el reto de mantener su doctrina sobre la homosexualidad en un entorno cultural que exige su aceptación. Entre la fidelidad al Catecismo y la presión social, el equilibrio parece cada vez más difícil de sostener.

9 de enero de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
Iglesia homosexualidad

@OSV News photo/Jana Rodenbusch, Reuters

La Iglesia católica en Occidente enfrenta uno de los dilemas más complejos de su historia reciente: mantener su doctrina antropológica respecto a la homosexualidad mientras navega en un espacio público cada vez más hostil a cualquier postura que no abrace plenamente esta realidad como buena y saludable. Este difícil equilibrio se refleja tanto en algunas explicaciones de la doctrina como en las actitudes pastorales, como muestran recientes acontecimientos en España y Estados Unidos.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) establece con claridad que los actos homosexuales son objetivamente desordenados y constituyen pecado grave. Al mismo tiempo, la Iglesia distingue entre los actos y las personas que experimentan atracción hacia el mismo sexo, instando a tratarlas con respeto, compasión y delicadeza (CIC 2357-2359). 

Sin embargo, esta posición doctrinal, que busca un equilibrio entre verdad y caridad, no encuentra fácil acogida en el debate público contemporáneo, donde se rechaza de plano la mera sugerencia de un acompañamiento pastoral de acuerdo con el Catecismo, animando a vivir la castidad.

La presión de la opinión pública y el silencio eclesial

En España, algunos medios de comunicación han interrogado recientemente a varias diócesis, sobre su postura respecto a las denominadas «terapias de conversión», para confirmar las acusaciones vertidas contra ellas de permitir o promover estas prácticas. Las diócesis se han desmarcado con claridad, negando cualquier apoyo o permiso para dichas iniciativas.

Sin embargo, esta se produce una sorprendente paradoja: mientras la Iglesia proclama la importancia de vivir la castidad según su doctrina, parece abstenerse de acompañar abiertamente a quienes desean orientar su vida en esa dirección, especialmente en el caso de personas con tendencias homosexuales. 

Aunque esta respuesta puede parecer una estrategia para evitar el escrutinio y las críticas, también pone en evidencia un problema mayor: la espiral de silencio en la que parece haberse sumido buena parte de los católicos a la hora de abordar esta cuestión. Al eludir el tema de fondo y no recordar la doctrina católica, algunos pastores evitan incomodar a la opinión pública, pero también contribuyen a la percepción de que la Iglesia está edulcorando su doctrina o incluso aceptando que la homosexualidad es intrínsecamente buena. 

Esto deja a los sacerdotes y fieles que buscan claridad doctrinal en una situación de desconcierto, sintiéndose cada vez más solos para defender la doctrina de la Iglesia.

El caso de Estados Unidos: gestos de caridad y confusión doctrinal

Mientras tanto, en Estados Unidos, el cardenal Blase Cupich ha añadido otro capítulo a esta narrativa al publicar un artículo en el sitio web del conocido sacerdote James Martin. En su texto, Cupich enfatiza la necesidad de escuchar las historias de sufrimiento y exclusión vividas por las personas homosexuales, instando a una mayor empatía y comprensión hacia ellas. También ha afirmado que «los católicos LGBTI tienen mucho que aportar, incluso en el amor sacrificado de la adopción». 

Estas palabras parecen sugerir, por un lado, que la Iglesia no cuida a las personas homosexuales y, por otro, que parejas del mismo sexo ofrecen un entorno válido y enriquecedor para criar a un niño. Sin embargo, también han generado controversia entre quienes consideran que declaraciones de este tipo contradicen la enseñanza de la Iglesia sobre la complementariedad del padre y la madre en la educación de los hijos.

El problema de fondo de ejemplos como los que comentamos es que el silencio o la falta de claridad alimentan la percepción de que la doctrina del Magisterio está siendo abandonada. Las interpretaciones que ha generado la bendición de parejas homosexuales permitida por “Fiduccia Supplicans” es el ejemplo más claro en este sentido. Sin embargo, no es ni mucho menos cierto que la Iglesia haya cambiado oficialmente su juicio acerca de los actos homosexuales. Es más, la postura personal del Papa Francisco el año pasado, oponiéndose con claridad a la entrada de personas con tendencia homosexual en los seminarios italianos, es una buena prueba.

¿Es posible un camino intermedio?

El desafío, por tanto, para la Iglesia radica en mostrar auténtica caridad sin comprometer lo que considera verdadero: mantener un delicado equilibrio que tienda puentes con las personas sin renunciar a su doctrina. Sin embargo, la ambigüedad que muestra parece que no calma las críticas de los sectores “progresistas” (que perciben estas posturas como insuficientes y continúan exigiendo cambios doctrinales) y las de las posiciones más conservadoras (que cada vez desconfían más de los líderes eclesiales).

La situación actual pone de manifiesto que la Iglesia debe redoblar sus esfuerzos para comunicar con claridad su doctrina, sin renunciar a los principios de respeto y caridad que definen su misión pastoral. Esto implica asumir el riesgo de incomodar a la opinión pública, pero también ofrecer a los fieles una guía sólida en un mundo marcado por la confusión sobre temas fundamentales como la sexualidad y la antropología.

Es probable que no exista una vía intermedia entre la fidelidad a la doctrina y la tolerancia que exige la opinión pública, especialmente en un contexto donde discrepar respecto a la antropología de género no es aceptable. La Iglesia enfrenta el reto de decidir si está dispuesta a asumir el «martirio» mediático y social que conlleva mantenerse firme en sus convicciones.

El autorJavier García Herrería

Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.

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