Protagonistas de nuestra santidad

Caminar en la vida espiritual no es un viaje solitario. Esta reflexión nos recuerda la importancia del acompañamiento y la dirección espiritual para crecer en libertad, responsabilidad y fe. Ser protagonistas de nuestra santidad implica avanzar junto a otros, compartiendo camino, experiencias y guía, sin perder la iniciativa personal en nuestra relación con Dios.

3 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

Cuentan de una persona que se dió cuenta que el camino de entrega que había iniciado no era el suyo. Fue a hablar con un obispo para exponerle, con gran tristeza, lo que consideraba su fracaso espiritual: unos meses “perdidos”, un futuro incierto, las dudas sobre la “validez” de su oración. Aquel prelado, de corazón paternal, lo escuchó y, entre ánimos y tranquilizadoras palabras, le animó a retomar su vida de relación con Dios, pero “nunca de manera solitaria. Los católicos francotiradores terminan abatidos. Siempre necesitamos una comunidad, una parroquia, un grupo…, con el que caminar”. 

Caminar solos en la fe no es una opción. En la vida espiritual “es mejor ir acompañado” para poder avanzar, superar dificultades y descubrir el sentido profundo de la filiación y fraternidad en la Iglesia. Caminar exige una dirección concreta, no se trata de un vagabundeo errante, ni de un “ir probando”. Conocer y asumir el camino personal en la vida cristiana no es opcional y, en este discernimiento, entra en juego el acompañamiento espiritual. 

Lo que hoy conocemos como acompañamiento, durante mucho tiempo ha sido conocido en la Iglesia como “dirección espiritual” y ha tenido grandísimos frutos de santidad. También ha sufrido algunas malas interpretaciones, que han derivado en algunas situaciones incluso abusivas y de las cuales seguimos sufriendo sus efectos en estos días. Sin embargo, la detección de estos errores ha llevado a poner más de relieve la importancia de la libertad personal y la responsabilidad en el desarrollo del propio camino. Pero esta ayuda, llamémosla dirección o acompañamiento, sigue siendo necesaria y es, realmente, el eje alrededor del cual pivota la sinodalidad, de ese caminar juntos necesario para el progreso espiritual personal y colectivo. 

El acompañamiento espiritual es una práctica que nace de la propia necesidad social, familiar, comunitaria de la fe.

Todos somos acompañantes y acompañados, el trabajo de padres, formadores, sacerdotes y maestros es, quizás, mucho más delicado: la conjunción de libertad y consejo, el aceptar las diferencias que cada uno pueda tener en la recepción de los consejos y en la vivencia de la relación con Cristo. Por la otra parte, es necesaria la humildad de aceptar diferentes puntos de vista y sobre todo, poner en ejercicio la propia responsabilidad asumiendo el protagonismo de nuestra santidad.

Caminar juntos, pero dando cada uno los pasos personalmente, con la libertad propia de los hijos de Dios.

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