Evangelización

Los silencios de san José: aprender a vivir como él

En un mundo que solo aplaude lo visible, san José nos recuerda la fuerza del silencio, la grandeza de custodiar sin poseer y la santidad de quienes sostienen la vida desde la sombra, sin buscar aplausos ni ocupar el centro.

Diego Blázquez Bernaldo de Quirós·10 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 7 minutos
san José

Vivimos tiempos difíciles: familias rotas, crisis de paternidad, miedo al futuro, incertidumbre laboral, cansancio espiritual. Y, sin embargo, la liturgia nos propone en el Adviento, casi de puntillas, la figura de un hombre del que no conservamos ni una sola palabra: san José.

La Iglesia no ha dudado en presentarnos a san José como Patrono de la Iglesia universal desde 1870, y recientemente los Papas han vuelto una y otra vez a él, subrayando su paternidad humilde, fuerte y creativa. 

Hay algo muy llamativo en este tiempo de Adviento: ponemos luces en las calles, hacemos planes, pensamos en regalos… pero el Evangelio nos presenta, casi sin hacer ruido, a un hombre que parece pasar desapercibido: san José.

En un mundo donde parece que sólo existen los que hacen ruido, José es el patrón de todos los que sostienen la vida desde segunda fila: padres de familia que no salen en ningún cartel, abuelos que hacen de red de seguridad, trabajadores anónimos, religiosas en comunidades pequeñas, laicos que sirven en parroquias humildes… todos esos que, si ellos fallan, todo se cae, pero casi nunca aparecen en la foto.

Este artículo va de él. Y, sobre todo, de nosotros con él.

San José, un hombre que escucha en la noche

El Evangelio lo define con una sola palabra: “justo” (Mt 1,19). Es decir, un hombre que vive de cara a Dios, que se toma en serio su voluntad, aunque no la entienda del todo.

No conservamos ni una sola palabra suya. Nada. Y sin embargo, Dios le confía a su propio Hijo y a la Virgen María. Y eso ya desmonta muchas de nuestras ideas sobre el “éxito” de hoy, sobre la influencia y el protagonismo.

Además, hay un detalle precioso en la vida de san José: las grandes decisiones de su vida llegan de noche, en sueños. De noche se entera de que debe acoger a María. De noche se le dice que huya a Egipto. De noche sabe cuándo regresar.

No hay discursos, ni grandes razonamientos, ni diálogos dramáticos. Hay silencio, escucha y obediencia. En un tiempo como el nuestro, saturado de ruido, opiniones y tertulias perpetuas, la figura de José es incómoda porque nos devuelve a lo esencial: antes de decidir, hay que escuchar.

Nosotros, cuando la vida se complica, nos llenamos de ruido: mensajes, llamadas, opiniones, redes sociales, “consultas” por todos lados… José, en cambio, entra en silencio. Escucha. Discierne. Y luego actúa.

Los Padres de la Iglesia insistían en que la verdadera grandeza de José no está en la carne, sino en la fe: es padre porque se fía de Dios, porque se coloca totalmente al servicio del plan divino en favor de Jesús y de María. La tradición nos recuerda que su “sí” no es menos radical que el de la Virgen: también él acepta, sin comprender del todo, un camino que desbarata sus planes humanos.

En una cultura que confunde libertad con improvisación constante, José nos enseña una libertad distinta: la libertad de obedecer a Dios cuando sus planes contradicen los nuestros.

Paternidad sin apropiación: custodiar sin poseer

Uno de los rasgos más sorprendentes que la Iglesia ve en José es su modo de ejercer la paternidad: firme, pero no dominante; presente, pero no invasivo; responsable, pero sin apropiarse ni de Jesús ni de María.

José es un espejo incómodo y luminoso a la vez.

Dios le confía a Jesús y a María, pero él no se coloca en el centro. Cuida, protege, decide, trabaja… pero nunca se apropia. Sabe que ese Niño no es “su” proyecto. Podría haberse sentido en segundo plano, pero elige ser custodio, no dueño.

Los Papas han descrito a José como un “padre en la sombra”: la sombra no es oscuridad, es la discreta presencia que permite que otro sea el centro. 

En tiempos de narcisismo desatado, de “yo” agrandados a golpe de selfie y de likes, la figura de San José, un hombre que desaparece para que brille Cristo es profundamente contracultural.

Esto tiene una fuerza enorme hoy:

  • Para los padres de familia: José les recuerda que los hijos no son “proyecto personal”, sino misterio confiado. No son prolongación del propio ego, sino personas llamadas a una vocación que, con frecuencia, desbordará nuestras expectativas.
  • Para quienes ejercen autoridad en la Iglesia: superioras, párrocos, obispos, laicos en misión. La paternidad o maternidad espiritual nunca es dominio sobre las conciencias, sino servicio para que en el otro madure la libertad de los hijos de Dios. Los abusos de poder y de conciencia que tanto hieren hoy a la Iglesia nacen, en el fondo, del olvido de este estilo de José: custodiar sin poseer.
  • Para cualquier forma de liderazgo cristiano: José muestra una autoridad que no se autoafirma, sino que protege, sostiene y, llegado el momento, sabe apartarse.

Porque los abusos de poder, de conciencia, incluso los abusos espirituales que tanto daño han hecho, nacen justo de lo contrario: de personas que se apropian de las almas, de las historias, de las decisiones ajenas. Quieren ser dueños donde sólo se les ha pedido ser custodios.

San José es, en cambio, la imagen del que sostiene sin aplastar, del que orienta sin manipular, del que guía sin encadenar. Hace falta mucha humildad para eso. Y mucha fe.

San Agustín decía que San José es padre “más por la caridad que por la carne”. Es padre porque ama dejando libre, porque su autoridad se parece a la de Dios: una autoridad que no aplasta, sino que levanta.

Valentía creativa: no sólo aguantar, sino mover ficha

A veces imaginamos la santidad como aguantar resignadamente todo lo que venga. Y no. Fíjate en José: cuando el ángel le dice que huya a Egipto porque Herodes busca al Niño, él se levanta de noche, toma al Niño y a su Madre y se va. Sin dramatismos, sin demoras, sin discursos. Actúa.

La tradición reciente de la Iglesia lo ha llamado “valentía creativa”: saber buscar caminos nuevos cuando las cosas se tuercen, sin perder la confianza en Dios.

¿No es justo lo que nos falta muchas veces?

  • Matrimonios que atraviesan crisis, pero no se resignan: buscan ayuda, cambian hábitos, vuelven a empezar.
  • Jóvenes que no se quedan instalados en la queja por la falta de trabajo, sino que intentan formarse, emprender, salir de la zona cómoda.
  • Comunidades cristianas que, en vez de lamentar que ya no va tanta gente a misa, se preguntan cómo salir al encuentro, cómo abrir espacios de escucha, cómo acompañar mejor.

José no se limita a sufrir las circunstancias. Las afronta. Las atraviesa. Confía, sí, pero también usa la cabeza y las manos. Ese equilibrio nos haría mucho bien: rezar más, sí; pero también levantarnos más, hablar más claro, mover más ficha.

El taller de Nazaret y nuestros trabajos de hoy

Hay una escena que el Evangelio no narra, pero que la imaginación cristiana ha meditado durante siglos: Jesús en el taller con José, aprendiendo el oficio. El Hijo de Dios, con una gubia en la mano, levantando serrín, escuchando a su padre terreno explicarle cómo ajustar una viga.

¿No es un escándalo precioso? Dios mismo hecho Hombre aprendiendo a trabajar con otro hombre.

En esa escena silenciosa se dignifica el trabajo de millones de personas: el del que limpia, el de la enfermera de noche, el de la madre que no para en casa, el del profesor que se deja la piel en clase, el del que está al teléfono en un call center, el del sacerdote que se pasa la tarde escuchando a gente en el despacho, el de la religiosa que cuida ancianas.

No todo trabajo será brillante, ni soñado, ni estable. A veces será precario, mal pagado, rutinario. Pero José nos recuerda algo muy liberador: el valor de tu trabajo no depende del aplauso que recibas, sino del amor con el que lo haces y de a quién se lo ofreces.

Quizá este Adviento podríamos mirar nuestro propio trabajo —el que sea— como ese pequeño taller de Nazaret donde se santifica lo cotidiano.

San Juan Pablo II subrayaba que en José se revela la dignidad del trabajo humano como participación en la obra del Creador y como servicio a la vida de la familia.

En un mundo donde tantos se sienten “descartados” profesionalmente —mayores de 50 años, jóvenes sin oportunidades, personas con trabajos invisibles—, José se convierte en patrono, ejemplo y compañero de camino.

Una Iglesia frágil en brazos de un padre

La Iglesia declaró a San José Patrono de la Iglesia universal. No es un título decorativo. Es una forma de decir que la Iglesia de hoy se parece mucho al Niño Jesús en sus brazos: frágil, amenazada, necesitada de protección, y al mismo tiempo portadora de algo inmenso que no es suyo, sino de Dios.

Vivimos tiempos de heridas dolorosas en la Iglesia: escándalos, abusos, desencanto, desconfianza. A veces da ganas de tomar distancia, o de vivir la fe “en privado” para no complicarse.

Pero José no abandona al Niño cuando la situación se complica. No se desentiende cuando aparecen Herodes, los peligros, las noches de huida. Precisamente entonces se juega su misión.

Cuidar hoy de la Iglesia —cada uno desde su lugar— es muy josefino: defender lo esencial, proteger a los más débiles, no entrar en juegos de poder, no relativizar el mal, pero tampoco perder la esperanza. No es cerrar los ojos a las heridas, sino poner el hombro para curarlas.

Y aquí quizá conviene decir algo con claridad: la Iglesia saldrá de esta crisis, sobre todo, por la santidad silenciosa de muchos “José” anónimos. De religiosas que viven con fidelidad su entrega. De laicos que hacen bien su trabajo y educan bien a sus hijos. De sacerdotes que sirven sin hacer ruido. De matrimonios que se perdonan setenta veces siete.

Vivir como José en este Adviento

¿Qué significa, en la práctica, vivir este Adviento “con San José”?

  1. Dejar que Dios entre en mis planes

Como a José, Dios también “interrumpe” nuestros proyectos: una enfermedad, un cambio inesperado, una crisis en el matrimonio, un fracaso profesional. El Adviento es tiempo de preguntarse con sinceridad: ¿estoy dispuesto a que Dios cambie mis planes, o sólo quiero que bendiga los que ya traigo hechos?

  1. Ejercer la autoridad como servicio

Padres, educadores, responsables en la Iglesia, jefes de equipo: todos necesitamos aprender el estilo de José. Más presencia y menos control; más escucha y menos imposición; más ejemplo y menos moralismo.

  1. Reconciliarme con mi propia historia

El nacimiento de Jesús no ocurre en un escenario perfecto: hay censos, desplazamientos, precariedad, un pesebre como cuna. Dios no espera a que la vida esté “ordenada” para hacerse presente. San José nos ayuda a mirar nuestra biografía —con sus heridas, límites y pecados— no como obstáculo, sino como lugar donde Dios quiere nacer. 

  1. Revalorizar el trabajo escondido

Ese informe que nadie agradece, esas horas en la cocina, ese acompañar a un enfermo, ese estudio silencioso, esa guardia en un hospital, esa noche en vela con un hijo… Son el taller de Nazaret hoy. Vividos con Dios, sostienen el mundo.

Un santo para los que no salen en la foto

En una sociedad donde se confunde visibilidad con importancia, la Iglesia nos presenta, en este Adviento, un santo que nos recuerda algo muy simple y muy liberador: no hace falta salir en la foto para estar en el corazón de la historia de la salvación.

Quizá lo más actual de san José es precisamente esto: es el santo de los que sostienen el mundo sin que nadie se dé cuenta.

Los que madrugan para ir al trabajo sin ganas, pero van.

Los que aguantan una enfermedad sin quejarse todo el día.

Los que se dejan la piel por sus hijos, por sus alumnos, por sus ancianos.

Los que han sido heridos en la Iglesia, pero siguen amándola y rezando por ella.

Los que, con sus pecados y fragilidades, dicen cada día: “Señor, aquí estoy; no entiendo todo, pero confío”.

Este Adviento, mientras miramos el portal, podemos fijarnos un poco más en esa figura que casi siempre queda al fondo, con el bastón en la mano, velando en silencio. No hace falta que hable. Su vida entera ya es una palabra.

Y quizá nuestra oración podría ser tan sencilla como esta:

San José, enséñame a estar donde Dios me quiere, aunque nadie me vea, aunque no salga en la foto, sin ruido, sin miedo y sin querer ser el protagonista.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica