Una de las maravillas de haber conocido a la Venerable Sierva de Dios Montse Grases (1941-1959) de joven es que he podido experimentar muchas veces que los santos son eternamente agradecidos, pues cada vez que escribo un favor recibido de ella, experimento que me hace enseguida otros más, pues realmente es eternamente agradecida.
Hace un tiempo me telefoneó una periodista de una conocida cadena de radio para preguntarme con todo descaro por qué la Iglesia católica iba a cometer el error de canonizar a un niño de 15 años cuando todos sabemos que a esas edades los niños están bastante “empanados”.
Le contesté enseguida que Carlo Acutis es uno de los grandes santos de la historia reciente de la Iglesia católica, a la altura de la Venerable Sierva de Dios Montse Grases, san Juan Pablo II, santa Teresa de Calcuta o el Padre Pío por poner algunos ejemplos señeros.
La oración de complicidad
¿Cuál es la nota característica que hace que Carlo Acutis sea propuesto como modelo e intercesor del pueblo cristiano? ¿Qué le hace merecedor del título de campeón de la fe, como denominaba Benedicto XVI a los santos? Pues, sencillamente, que Carlo Acutis, como los grandes santos de la historia de la Iglesia, hacía verdadera oración de “complicidad”.
Todos hemos aprendido a distinguir entre la oración de necesidad que nos lleva prontamente a acudir a la misericordia de Dios, como nos ha enseñado el Papa Francisco, para solucionar nuestras necesidades materiales y espirituales. Además, hemos pasado unos años con la pandemia, la filomena, la DANA de Valencia y Málaga y, por si fuera poco, el apagón del 28 de abril que ha demostrado la fragilidad de la vida humana.
Por eso, impresiona descubrir a Carlo Acutis comenzar su preparación para la primera comunión avanzando como un gigante en su vida de oración, sencilla, confiada, cómplice, como un amigo con un amigo: “hablando de tú con Dios”, como le gustaba repetir a san Josemaría.
Carlo Acutis y la Eucaristía
Inmediatamente, recordaremos que, desde la primera comunión, Carlo comenzó a acudir a la Santa Misa a diario y a comulgar, pues, como le confió a su madre: esa era la autopista que le llevaría al cielo.
En realidad, lo extraordinario de Carlo Acutis es que pasaba el día de aquí para allá, haciendo lo que hace un chico de su edad: las clases, estudio, jugar con el ordenador, estar con los amigos, ayudar en casa, andar en monopatín, pero en todo eso iba tomando y retomando el hilo de la conversación con Jesús.
Por eso, cuando Acutis comenzó a sentir los síntomas de la leucemia que le llevaría a la muerte en muy pocos días, procuró mantener, con la ayuda de Dios, la sonrisa y animar a su madre. De hecho, cuando entraron en el hospital comentó que de allí ya no saldría. Lógicamente, ya Jesús le estaba preparando para continuar la conversación en el Cielo.
Los jóvenes del siglo XXI
La oración de Montse es como la de Carlo Acutis, y se habrán encontrado en el cielo y se habrán saludado con gran cariño y estarán encantados de ayudar a los jóvenes del siglo XXI a ser tan felices como lo fueron ellos.
Montse nos da una lección del amor a Jesucristo en la vida cotidiana, sin que nadie se diera cuenta, pero en un completo proceso de identificación. Como recordaba Francisco en la “Gaudete et exultate” del 18 de marzo de 2018: “La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia” (n. 34).
Recordemos la escena de las bodas de Caná de Galilea que nos narra san Juan. El milagro se realiza, porque obedecemos a la Virgen. “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Entonces hacemos lo que sabemos hacer: poner agua y Él hace el milagro. Si ponemos el agua de nuestro amor a Dios y a los demás, se convertirá en felicidad.
Montse descubrió su vocación al Opus Dei amando a Jesucristo y amando a sus padres, a sus hermanos, a sus amigas, a las personas del Opus Dei del mundo entero con quienes compartía su diálogo con Jesucristo.
Ella llegó a la santidad como identificación y complicidad con Jesucristo y supo llevar con garbo la enfermedad, porque procuraba sostener el hilo de la conversación con Jesús a lo largo del día. Se puede bailar una sardana haciendo oración, jugar al baloncesto haciendo oración o prepararse para actuar en una representación teatral o caminando por el Pirineo catalán en Seva o donde fuera.
Montse Grases, amiga del Amigo
Montse Frases era una amiga que tenía muchas amigas. Además, era muy amiga de Jesucristo. Por eso, se estaba muy a gusto con ella.
Muchas veces don Fernando Ocáriz, que hizo brillantemente en Barcelona sus estudios en la Facultad de ciencias, nos recordaba que “nosotros no hacemos apostolado, nosotros somos apóstoles”. Eso es lo que nos enseña Montse: a ser normal con Jesús, para encandilarle y enamorarle y, luego, querer a las amigas, estar al tanto de sus necesidades, escuchar, interesarse.
Como decía Benedicto XVI en una conversación con el cardenal Julián Herranz hace unos años: “¿Sabe cuál es el punto de ‘Camino que más me gusta’? Ese que dice “¡La caridad más en dar está en comprender!” (“Camino”, 463).
Corazones grandes
Si somos muy normales y queremos mucho a Jesucristo, tendremos cientos de amigos y lo mejor será que sabremos contagiar nuestra felicidad a nuestras amistades, a nuestras amigas, de modo que ellas con el paso del tiempo querrán estar con ese Jesús que está en tu alma y aflora.
Precisamente, otro santo de nuestro tiempo que falleció en Manchester con 21 años veía que las enfermeras que traían las bolsas de quimioterapia a la residencia donde vivía, se disputaban el gozo de estar unas horas allí, porque en la habitación de Pedro Ballester se estaba muy bien. Porque con Dios, con Montse, con Acutis, con los santos, se está muy bien. El propósito de hoy es pedirle muchas cosas a Montse para que comprobemos que tenemos una amiga en el cielo y ella que es eternamente agradecida nos enseñará a tener un corazón tan grande como el suyo.