Santa Orosia fue una princesa de Bohemia, de tierras eslavas, actual República Checa, que vino a España (siglo IX), para contraer matrimonio, según la tradición. A pesar de buscar refugio en los Pirineos, la comitiva fue descubierta por tropas islámicas, que fueron matando a todos. Invitada a abandonar la fe a cambio de riquezas y otras promesas, Orosia las rechazó y prefirió seguir a Cristo. Murió mártir.
En la evangelización de Santa Orosia participó el monje patrono de los pueblos eslavos, San Metodio. Junto a san Cirilo, es copatrono de Europa. Es patrona de Jaca y del Pirineo aragonés. El Martirologio Romano señala escuetamente: “En Jaca, en la España septentrional, Santa Eurosia (Orosia), virgen y mártir”.
Defensor de la doctrina católica
San Próspero de Aquitania, nació en Limoges (Francia) a finales del siglo IV. Fue hombre docto, contrajo matrimonio y después se hizo monje en Marsella, pero no sacerdote. Ante el peligro del pelagianismo (negación de la necesidad de la gracia divina para la salvación), defendió la doctrina católica tal como la enseñaba San Agustín. El año 440 acompañó a Roma al que iba a ser el Papa san León Magno, quien le nombró canciller y escribano suyo. Fue gran trabajador, y murió en Roma en torno al año 463.
Perseguidos en Vietnam
Domingo Henares y Francisco Do Minh Chieu dieron su vida por la fe en Vietnam en 1838. Domingo nació en Baena (Córdoba, España) en 1765. Ingresó en los dominicos y pidió ser enviado a Manila. Allí se ordenó, ejerció el ministerio sacerdotal, y fue enviado a Vietnam. En 1800 le nombraron obispo. Trabajó en la evangelización y consolidación de la comunidad cristiana. En 1838 estalló la persecución contra los cristianos y fue martirizado.
Francisco Do Minh Chieu nació en Vietnam, de familia cristiana, en 1808. Fue catequista y colaborador del obispo Domingo Henares. En la persecución anticristiana, le identificaron por no pisar los crucifijos, y le quitaron la vida.
También se celebra hoy a san Máximo, discípulo de san Ambrosio y de san Eusebio de Vercelli, y primer obispo de Turín. Y a la beata María Lhuillier, que quiso permanecer fiel a sus votos religiosos y a la Iglesia, y la guillotinaron en Laval durante la Revolución francesa.