Es curioso que, en un texto para el tiempo de Pascua, el Evangelio de este domingo nos devuelva a la traición de Judas a Nuestro Señor. Seguramente deberíamos centrarnos en la vida resucitada de Cristo, no en la traición que condujo a su muerte. Y, sin embargo, incluso en este pasaje, hay lo que podríamos llamar una “resurrección”. Porque mientras Judas sale a traicionarlo, Jesús nos habla del amor. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros”.
Y de hecho, cada acto de amor, y en particular cada acto de perdón, es como una mini-resurrección. Si el odio es una forma de asesinato -un asesinato en miniatura, una violencia parcial mientras que el asesinato es su plenitud-, el perdón vence al mal con el amor. Se eleva por encima de él. En cierto sentido, Jesús ya había resucitado cuando rezó a su Padre en la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Su amor, su misericordia, se “elevaba por encima” del odio de ellos. Con el perdón de su corazón, había entrado ya en una nueva forma de vida: el amor incondicional. Y, en efecto, vemos cómo Jesús estuvo siempre abierto a Judas, tendiéndole la mano hasta el final. Incluso en el momento de la traición en el huerto, Nuestro Señor le llama “amigo” (Mt 26, 50). La puerta para volver estuvo abierta para él hasta que la cerró por desesperación y se ahorcó.
La segunda lectura nos invita a mirar hacia la Jerusalén celestial, nuestro hogar definitivo si queremos, donde Dios enjugará todas las lágrimas de nuestros ojos, “y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor”. Dios declara entonces: “Mira, hago nuevas todas las cosas”. El Cielo es la plena fructificación del amor, y lo que hace nuevo es el amor. Jesús hizo “nueva” la crucifixión al convertirla de un acto de brutalidad maligna en una expresión de amor sublime. En la primera lectura, Pablo y Bernabé enseñan que “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”. Pero luego les vemos establecer nuevas comunidades con sus respectivos líderes. Gracias al amor, superan las tribulaciones y la Iglesia, el reino de Dios en la tierra que espera su cumplimiento celestial, avanza. Mediante el amor y el perdón, la resurrección se convierte en una realidad cotidiana en nuestras vidas y en la Iglesia.