Quien se acerca a la obra poética de Dana Gioia -de fondo metafísico y asentada en un genuino realismo visionario- descubre que son dos sus claves fundamentales. La primera es su vínculo con el New Formalism, un movimiento estadounidense surgido en reacción a las tendencias vanguardistas predominantes durante las décadas de 1980 y 1990, y que encontró en Gioia no sólo a su representante más destacado sino a su teórico más lúcido. Lejos de promover un simple retorno a la métrica tradicional, el Nuevo Formalismo buscó renovar la atención a la forma y rescatar la musicalidad del lenguaje, tanto en el verso rimado como en el versolibrismo. Para Gioia, la poesía es una forma artística profundamente ligada al canto. Como él mismo afirma: “Utiliza el sonido y el ritmo para crear una conexión física con el oyente y evocar significados más allá de las palabras”.
La segunda clave es su dimensión espiritual, especialmente su raíz católica, aunque su obra no contenga referencias religiosas explícitas a temas tradicionales. El propio Gioia ha respondido a esta cuestión, planteada en torno a por qué su identidad como poeta católico ha pasado inadvertida durante tanto tiempo. Su respuesta fue clara: “La mayoría de los lectores son muy literales y se centran sobre todo en el tema. Como no escribía poemas sobre la crucifixión o la Virgen María, nunca se les ocurrió que fuera un poeta católico. Lo que hace que mi poesía sea católica es la cosmovisión, el uso sacramental de los símbolos, el papel redentor del sufrimiento, la interpenetración de lo sagrado y lo mundano y, quizás de manera crucial, la convicción de que la verdad y la belleza son interdependientes. (…) Escribo a partir de los detalles cotidianos de la vida real. No debería ser necesario visitar el Vaticano para percibir lo divino. Está en todas partes si sabes cómo mirar”.
En efecto, Gioia no sermonea desde sus poemas ni se refugia en gestos litúrgicos. Su mirada busca lo trascendente en lo común, lo eterno en lo cotidiano. Es, quizás, ahí donde su voz alcanza una de sus mayores singularidades: en esa capacidad de crear belleza con hondura, sin solemnidad ni aspavientos, pero con una fidelidad absoluta a la música interior del lenguaje.
Bienaventuranzas
Precisamente, su poema más católico -en expresión del propio autor- es Plegaria en el solsticio de invierno, un título nada casual que alude al día más breve y oscuro del año, símbolo ancestral del recogimiento, la espera y la esperanza de la resurrección. El poema en cuestión dice así: “Bienaventurado el camino que nos mantiene vagando. / Bienaventurada la montaña que nos bloquea el paso. / Bienaventurado el hambre y la sed, la soledad y el deseo. / Bienaventurado el trabajo que nos consume sin fin. / Bienaventuradas la noche y la oscuridad que nos ciega. / Bienaventurado el frío que nos enseña a sentir. / Bienaventurados el gato, el grillo y el cuervo. / Bienaventurado el halcón que devora a la liebre. / Bienaventurado el santo y el pecador, redimidos entre sí. / Bienaventurados los muertos, apacibles en su perfección. / Bienaventurado el dolor que nos humilla. / Bienaventurada la distancia que impide nuestra alegría. / Bienaventurado el día breve que nos hace anhelar la luz. / Bienaventurado el amor que descubrimos al perderlo”.
El propio poeta ha descrito ese texto como “un conjunto de bienaventuranzas que alaban el sufrimiento y la renuncia necesarios para alertarnos espiritualmente, desde las que celebra la naturaleza transformadora y redentora del sufrimiento, una de las verdades espirituales centrales del cristianismo, así como una que se olvida fácilmente en nuestra cultura consumista materialista. También es un poema sobre enfrentar las duras realidades de nuestra existencia. Nuestra sociedad del bienestar intenta negar el sufrimiento, a menos que pueda venderte una pastilla o un producto para desterrarlo”.
Así, sin solemnidad ni posicionamientos doctrinales, Gioia ofrece una plegaria nacida desde la oscuridad, una voz que busca sentido en medio del dolor y que afirma, con la fuerza del lenguaje poético, que también allí -en lo más inhóspito- puede habitar lo divino.
Temas íntimos, existenciales y culturales
De esa misma factura son otros muchos poemas suyos, en los que aborda temas íntimos como el amor esponsal -en Matrimonio de muchos años, por ejemplo, defiende su fidelidad conyugal-; el duelo por el fallecimiento de su hijo –Pentecostés es un texto desgarrador que sirve de botón de muestra, en el que se entrecruzan la culpa, la impotencia y una fe quebrada pero persistente, y donde la muerte se presenta como una transformación radical, un “pentecostés” oscuro-; o la memoria familiar y las raíces personales, como en Regreso a casa, trasfondo habitual de bastantes de sus poemas.
Asimismo, explora dimensiones existenciales a través de formas simbólicas o fantasmagóricas, en las que objetos, lugares o almas dialogan con el personaje poemático, generando una atmósfera de extrañamiento cargado de resonancias metafísicas. A ello se suma una reflexión sobre la naturaleza misma del lenguaje que, en su obra poética no es sólo herramienta expresiva, sino también sustancia misma de la realidad y vehículo hacia lo trascendente. A este respecto, su poema más elocuente es Palabras, pues sugiere que la existencia excede lo que las palabras pueden abarcar, aunque el lenguaje sigue siendo esencial: “Nombrar es conocer y recordar”, afirma,dejando entrever la necesidad de la fe para penetrar en la propia entidad de lo real.
Presencia de lo sagrado
Así pues, la obra poética de Dana Gioia debe entenderse a la luz de las dos claves ya expuestas: la renovación formal -heredera del New Formalism– y una visión espiritual profundamente encarnada, sostenida por una sensibilidad católica no formulada, pero sí constitutiva. Desde esa doble perspectiva, resulta legítimo entenderlo como un poeta sacramental, y no porque emplee, como digo, una imaginería religiosa convencional, sino porque su poesía expresa una convicción esencial -y a menudo contracultural- de que lo divino habita en lo real, en lo específico, en lo corriente.
En una época dominada por la frivolidad en el ámbito de la cultura, la superficialidad estética y el olvido de lo espiritual, la obra de Gioia se alza como una afirmación silenciosa pero firme de la dignidad humana. En sus versos -musicales, hondos, iluminadores- resuena la certeza de que la belleza, cuando es auténtica, no es mera ornamentación, sino un camino revelador hacia una verdad más sublime.



