España

¿Por qué se ha descristianizado España tan deprisa?

La rápida descristianización de España no se explica solo por la transición política y los cambios profundos en los modos de vida a partir de los años sesenta. También la aceptación de la contracepción marcó un giro decisivo en la mentalidad, generando un individualismo que debilitó el tejido católico de la sociedad. 

Pablo López·31 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos

En noviembre de 2016 participé en Breslavia, Wroclaw (Polonia), en un congreso que tuvo como lema The value of culture – the culture of value. Mi intervención debía presentar el proceso de secularización vivido por España en los últimos años. Formaba parte de una mesa en la que participaron también el escritor y crítico musical irlandés John Waters, y el psicólogo holandés Gerard van der Aardweg. Los tres teníamos en común ser ciudadanos de países de larga tradición católica que habían experimentado unos procesos de secularización tan rápidos como intensos. Es comprensible que el problema preocupara a los católicos polacos que veían cómo el final del comunismo había supuesto en su país el comienzo de un proceso de descristianización, para algunos inesperado, para todos indeseado. Tuve la impresión de que nuestros anfitriones aspiraban a aprender de la experiencia ajena e intentar evitarla. Era manifiesta la extrañeza que les producía el proceso de cambio social, en especial de secularización, vivido por países como el nuestro.

Democracia y descristianización

Las exposiciones de mis compañeros de mesa me parecieron muy interesantes, me descubrieron aspectos que no conocía sobre la historia del catolicismo en sus países, y permitieron una discusión que todavía recuerdo. En mi intervención, que fue la primera, expliqué lo que pensaba sobre el proceso español, cómo se tiende a pensar que la descristianización fue consecuencia casi directa del final del régimen de Franco y, por tanto, algo ligado directamente a la democratización política y a la experiencia de las libertades públicas. Expliqué que esa interpretación de los hechos me parecía una simplificación que conducía a una falsedad. Para empezar, comparar el caso español con el italiano o el francés bastaba para desechar la idea de que la descristianización creciente de los setenta, acelerada en los ochenta, fuera consecuencia de la democratización, ya que afectó también a países en los que las libertades ciudadanas propias de las democracias eran algo vivido desde muchos años atrás. 

En España, la democratización y la secularización coincidieron en el tiempo, se solaparon, y puede que en algunos aspectos se potenciaran, pero una no fue causa de la otra, salvo en ciertos aspectos que afectan más al comportamiento de la jerarquía católica que al de los políticos.

La nueva moral sexual

Mi tesis fue que la disminución del conocimiento y práctica de la fe cristiana respondía sobre todo a un cambio en los modos de vida que se había acelerado a finales de los sesenta y en los años setenta. Fue una mutación que afectó primero al lugar en que se vivía: los españoles emigraron masivamente a las ciudades en esos años. Ese traslado tuvo que ver con el trabajo que se realizaba, que cada vez estuvo menos ligado al sector primario, y condujo a un crecimiento de las rentas familiares que transformaron los modos de vida haciéndolos más consumistas y materialistas también. 

El papel desempeñado por la televisión, el cine, la música y la publicidad en el cambio cultural vivido fueron de una importancia difícil de exagerar. Pero ese cambio en la manera de vivir tuvo un aliado, que potenció el cambio social de forma impresionante, y ese aliado tenía relación, precisamente, con la religión. La gran transformación había sido impulsada por el cambio de horizonte moral que trajo consigo la crisis católica posconciliar. El vendaval que supuso para las conciencias de muchas personas produjo un cambio de mentalidad sin apenas precedentes. El hundimiento se manifestó de forma impresionante en las defecciones de sacerdotes, religiosos y religiosas que abandonaron su compromiso espiritual para entregarse a uno nuevo y temporal. No fue algo forzado desde el exterior fue un proceso vivido desde dentro de la Iglesia, una suerte de implosión.

Ahora bien, parecía claro que eso afectaba a un sector minoritario de la población: por importante que fuera para el mundo católico, no era suficiente para explicar un cambio social. Había algo más que había llevado a transformar la vida de millones de católicos españoles. Sostuve que eso había sido el cambio en la moral sexual y la aceptación práctica de la contracepción como algo habitual por los matrimonios cristianos, una aceptación contraria a las enseñanzas del Papa Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae, pero difundida por no pocos clérigos y algunos obispos como algo razonable y hasta deseable. 

Anticoncepción

El uso generalizado de los anticonceptivos me parecía la causa principal de la difusión de una mentalidad individualista que reforzaba el consumismo de forma impresionante y que cambiaba la forma de pensar de las personas, también en materia religiosa. Se trataba de un cambio en los modos de vida tan importante que tuvo un efecto de alta intensidad en toda la sociedad al cabo de pocos años. Desde mi punto de vista, ahí estaba la clave para entender las transformaciones en cascada que vinieron después: el cambio en la manera de vivir es mucho más trascendente que un mero cambio político.

Mi colega holandés, tanto en su intervención como en el coloquio, subrayó su coincidencia con esta tesis. Holanda había sido en los años cincuenta el país europeo que, en números absolutos, más misioneros enviaba fuera de sus fronteras. Casi al mismo tiempo, en medio de una crisis doctrinal que afectó a su episcopado y a sus teólogos, la difusión de los medios contraceptivos terminó con el tejido católico de la sociedad holandesa casi hasta anularlo. John Waters, nuestro irlandés, estaba de acuerdo con la tesis, pero subrayaba, en su caso, un clericalismo nocivo que había conducido en Irlanda a que los padres abdicaran de sus obligaciones y fueran casi sustituidos por los clérigos en sus responsabilidades familiares, con la connivencia de las madres, en un proceso que resultó funesto para la institución familiar.

Orígenes históricos

Volví de Wroclaw convencido de que debíamos explicar mejor a nuestros estudiantes el cambio tan profundo que se había producido en los años sesenta y setenta en toda Europa. Bueno, no en toda. Los católicos del otro lado del Telón de Acero se habían ahorrado este proceso, lo que me puso sobre la pista de la difusión mediática del Concilio Vaticano II y de la importancia de la publicidad como factores determinantes en esos cambios, o en su ausencia.

Cuando profundicé en la cuestión, descubrí que la raíz de esa transformación estaba en años anteriores, en la crisis de comienzo de siglo en Europa y, muy especialmente, en la de finales de los cincuenta y primeros sesenta en los Estados Unidos de América, en su contracultura y en la aceptación de la contracepción, y también del aborto, como medios de vivir de sus familias y, por tanto, de su sociedad. Ese gran cambio aterrizó en Europa a finales de los sesenta, estalló en mayo del 68, se propagó y provocó el mayor cambio social del siglo XX, la separación de amor matrimonial y sexualidad, que todavía conforma nuestro tiempo. A su alrededor han sucedido muchas más cosas, y sus raíces van todavía más lejos de lo mencionado aquí, pero esa es otra (apasionante) historia. 

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