La historia de la humanidad no ha documentado ni 100 años consecutivos de paz. Parece ser que de los últimos 3,400 años de historia redactada, solo el 8 % (268 años en general) han sido la suma de periodos completamente libres de guerras o enfrentamientos. Sabemos que muchos de los conflictos geopolíticos son ciclos intergeneracionales no superados. Otros tienen más recientes raíces económicas, ideológicas, sociológicas (que incluyen disputas territoriales), y aún, étnicas y religiosas.
La psicología nos ayuda a entender las razones principales de cómo opera la relación entre emoción y reacción: una polémica o desacuerdo que pudo haberse mitigado o desacelerado, despierta las tendencias e instintos más primitivos en nuestra memoria colectiva, enciende sentimientos conflictivos hasta hacernos rehenes de sus efervescencias, inspirando intervenciones destructivas, sociales e interrelacionales al sobre activarse nuestro sentido de supervivencia amenazado. A estas alturas no hay forma de contabilizar las pérdidas humanas y económicas, y las crisis emocionales generadas. ¿Cómo es posible que seres humanos supuestamente inteligentes, hemos reprobado cada lección anterior y repetimos neciamente lo que ya se demostró que deberíamos de evitar? ¡Qué locura! ¡Cuánto sadismo! ¡Cuánta crueldad!
Ni siquiera con esas profundas experiencias de dolor humano hemos sido capaces de advertir o renunciar a tanto dolor innecesario e inútil. La Biblia nos presenta cómo Jesucristo describe una raíz más profunda: la psicología de vida personal y estado espiritual de cada ser humano. En Lucas 6, 45, Jesús dice: «El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
Sólo el Evangelio del Amor nos ayuda a interrumpir este circuito para bloquear el flujo de las crecientes corrientes destructivas. En Mateo 5, 38 – 48, Jesús ofrece una solución plausible: “Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.
A veces nos sentimos muy limitados cuando queremos cambiar algunas realidades externas instigadas o suscitadas por fuerzas sociales, políticas, o simplemente ajenas a nuestra voluntad. Pero entendamos algo muy importante: cada ser humano sí tiene el control de sus propios razonamientos, sentimientos, percepciones, reacciones y decisiones. Es así como el conflicto externo no debe de trasladarse a nuestro interior hasta convertirse en nuestro conflicto interno personal. No nos dejemos persuadir por las histerias colectivas de miedos, odios y sentidos de venganza. Esas son las que arrastran multitudes y pueblos a sus grandes caídas y procesos de autodestrucción.
El poder destructivo del odio
A nivel personal tengo que entender que mi odio no destruye a mi enemigo: más bien me destruye a mí. El odio es un cáncer emocional que carcome el corazón y hace metástasis en mi cuerpo y en mi mente. Incluso, hay varias enfermedades físicas asociadas a fuertes experiencias de resentimientos al despachar altos niveles de cortisol (la hormona del estrés) que suprime el sistema inmune colaborando con problemas cardiovasculares, digestivos, inflamatorios, y afecciones de dolor crónico, entre otras condiciones. El odio es también un gran protagonista en las conocidas condiciones psicológicas como la ansiedad, depresión, estrés postraumático, personalidad sociopática, etc.
A nivel espiritual, el odio es el ladrón de los estados de gracia y paz interior. Mis enemigos se armarán de mi odio para consumirme día a día y para deformar mi integridad y mi naturaleza espiritual. Cuando odio y busco venganza estoy empoderando más a mis enemigos, dándoles soberanía sobre mis sentimientos y mis decisiones. Y peor aún, les estoy dando el poder de robarme de mi salvación, porque con odios en el corazón nadie entrará al Cielo, la morada del Dios del amor.
Quizás pensamos que hay razones humanas para odiar por injusticias, atropellos, amenazas; pero no tenemos permisos espirituales. Aunque el Salmo 97, 10 dice, “Odiad el mal los que amáis al Señor”, no es un sentimiento dirigido a otro ser humano, sino una decisión de aborrecer y repudiar la maldad que tanto divide y daña a los seres humanos que deberían de amarse y respetarse.
El hermoso Salmo 23 incluye en el versículo 5 una cita que muchas veces perdemos de vista: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos”. ¿Qué mesa es esa? La mesa donde se firman los tratados de paz. Porque solo caminando en paz y unificándonos en solidaridad, podremos encontrar esos verdes pastos, aguas tranquilas y lugares de provisión que nos ofrece ese mismo salmo.
Tratados de paz
La convivencia humana y sobre todo la hermandad cristiana se sostiene de tratados de paz y convenios de misericordia entre personas que erradican sus egoísmos y narcisismos para reconocer que vivimos no solo con otros a nuestro alrededor sino que ellos habitan en nuestro corazón.
El verdadero y auténtico amor es el que responde a la propuesta del mandamiento supremo que pronunció Jesús en Mateo 22, 37: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. El amor ha sido la razón porque sobrevive la humanidad, la cual confronta tantas amenazas a su supervivencia. Los seres humanos tienden a aliarse en los desastres naturales y en las amenazas universales. Cuando vivimos en el amor hacemos alianzas de paz porque queremos conservar la integridad de las personas y de nuestras relaciones humanas con ellas porque les necesitamos en nuestra vida para nuestra supervivencia física y psicológica.
Relaciones sanas basadas en ese amor procurarán conservar la paz al tener presente que no hay sustituto al respeto, la consideración, el diálogo sincero, el apoyo mutuo, y el reconocimiento de que todos somos hijos de Dios y herederos de Su amor equitativo. La persona que está verdaderamente convertida a Jesús y convencida de Sus enseñanzas no puede optar por otra condición de vida, excepto la paz en el corazón, y la paz en su alrededor.
Romanos 14, 19 dice que vivamos no solamente tranquilos, sino edificándonos unos a otros. En otras palabras, erradicando de nuestro vocabulario y conducta lo que nos hiere, difama, deshonra o nos hace sentir huérfanos emocionales porque no les importamos a nadie. ¡Qué diferente sería vivir edificándonos con palabras de cariño y con demostraciones de confianza mutua, de comprensión sincera y de apoyo incondicional!
Nos edificamos cuando transmitimos bondad y misericordia. Nos edificamos cuando disponemos nuestra mente y nuestros sentidos para escuchar, atender y comprender las necesidades ajenas.
Nos edificamos cuando pausamos el ajetreo de la vida para consolarnos y sanarnos, como en la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37).
Nos edificamos cuando reconocemos los dones ajenos, y en vez de llenarnos de envidia y deseos de usurpación, los enaltecemos, celebramos y dimensionamos.
Nos edificamos cuando reconocemos que todos somos pecadores y nadie está en el lugar ni el puesto de lanzar la primera piedra a la mujer adúltera de Juan 8, o como en Marcos 14, los que entraron en juicio moral de la mujer del perfume de nardo fino.
Y sobre todo, nos edificamos cuando cumplimos con las condiciones para entrar al Reino de los Cielos, como dice Mateo 25, 34 – 36: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Edificarnos los unos a los otros es promover todo lo que nos hermana, solidariza, y lo que entre nosotros construye lazos de paz. 1 Tesalonicenses 5, 11-15 dice, “Por eso, animaos mutuamente y edificaos unos a otros, como ya lo hacéis. Os rogamos, hermanos, que apreciéis el esfuerzo de los que trabajan entre vosotros cuidando de vosotros por el Señor y amonestándoos. Mostrarles toda estima y amor por su trabajo. Mantened la paz entre vosotros. Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal; esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos”.
¡Con tanta razón Jesús ofreció derramar sobre nosotros Su Espíritu Santo porque será a través de Su Espíritu que podremos cumplirle con sus propuestas sobrehumanas y santificadoras! Gálatas 5, 22-23:”el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí”.
¿Cómo debe ser la convivencia?
1 Juan 2, 4: El que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso. Ese amor debe ser legítimo y genuino, no fingido ni forzado. Debe ser inspirado en las maneras en que la Biblia nos explica cómo Dios nos ama a cada uno de nosotros.
Filipenses 2, 2-5: “dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”.
2 Timoteo 2, 24: “uno que sirve al Señor no debe pelearse, sino ser amable con todos, hábil para enseñar, sufrido”.
1 Pedro 3, 8-9: “Y por último, tened todos el mismo sentir, sed solidarios en el sufrimiento, quereos como hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición”.
Efesios 4, 30 – 32: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo”.
Juan 17, 21-23: “para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí”.
¿Cómo calmamos las ansiedades de la mente?
No nos dejemos llevar por las corrientes del mundo, histerias colectivas creadas por personas que no saben cómo regular sus emociones y arrastran al resto del mundo a sus pequeños infiernos. El “arma de fuego” que mejor han sabido manejar los seductores políticos, sociales, destructores del mundo y de sus sociedades, ha sido la manipulación emocional de seres vulnerables. Hay que tomar control de lo que nos quiere controlar y dominar lo que nos quiere dominar, para sentir y decidir ser más espirituales que carnales y desacelerar el crecimiento del mal en el mundo de hoy. Llegar a la paz interior es de hombres y mujeres fuertes que resisten los instintos y se orientan hacia lo virtuoso y sobrenatural.
Como dijo el Padre Pío, «La paz es la sencillez de espíritu, la serenidad de la mente, la tranquilidad del alma, el vínculo del amor. La paz es el orden, es la armonía entre todos nosotros, es un gozo continuo, que nace del testimonio de la buena conciencia; es la alegría santa del corazón, en el que reina Dios. La paz es el camino hacia la perfección, más aún en la paz se halla la perfección; y el demonio que sabe todo esto, pone todos los medios para arrebatarnos la paz”.
Recuperar la fortaleza interior
Conseguiremos y conservaremos la paz con el diálogo interior que regulará nuestras precipitadas emociones hasta ayudarnos a llegar a la aceptación y reconciliación.
Conseguiremos y conservaremos la paz reorganizando la vida en un orden de prioridades más verdadero y fiel a la realidad; protegiendo las relaciones interpersonales estableciendo límites sanos y reales que muestran respeto humano, relaciones justas, recíprocas y amorosas.
Conseguiremos y conservaremos la paz entendiendo cuándo seguir luchando y buscando, y cuándo renunciar con tranquilidad, adaptabilidad, resignación y agradecimiento.
Conseguiremos y mantendremos la paz siendo siempre fieles a nuestros valores e identidad; con el don del agradecimiento, con diálogos de reconciliación, y cuando vivimos con conciencia tranquila por cumplir con lo esperado de nosotros.
Y sobre todo cuando vivimos en relación personal y paternal con el Dios del amor y la misericordia, con una fe inquebrantable y vida de oración constante.