Ha muerto José Luis Olaizola. Y con él, no solo se apaga la voz de un gran narrador, sino también la de un hombre que supo vivir la vida con coherencia y amplitud de miras. Fue del Opus Dei, sí, con nueve hijos además, y también ganó el Premio Planeta novelando la vida de un general republicano y católico, algo que no gustó a muchos. Pero es que Olaizola era así, una persona abierta a los matices y dispuesto a buscar la verdad aunque esta no jugara en equipos monocolores.
No todos saben que una parte de sus esfuerzos los dedicó a ayudar a niñas tailandesas a salir de la prostitución infantil. Su obra “La niña del arrozal” narra sensacionalmente ese drama que se vive al otro lado del mundo. Se involucró en esa aventura por azar, cuando una profesora de literatura budista, Rasami Krisanamis, le pidió traducir su novela “Cucho” al tailandés. Él accedió con la condición de que los beneficios se destinaran a una causa solidaria. Así nació una alianza improbable pero profundamente humana: un novelista español del Opus Dei y una budista tailandesa que se sumaron a la aventura de un misionero jesuita, Alfonso de Juan, que durante décadas se ha dedicado a sacar niñas de las redes prostitución que proliferan en Tailandia.
En 2006 Olaizola fundó la ONG Somos Uno, que ha escolarizado a más de 2.000 niñas, de las cuales 200 han llegado a la universidad. Lo hizo sin hacer ruido, sin pancartas ideológicas, sin exigir etiquetas, porque, a los seres humanos es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
Ese rasgo suyo —la mente abierta, la capacidad de ver al otro sin prejuicio— marcó tanto su literatura como su vida. Fue capaz de imaginar con respeto y hondura a un general republicano que seguía rezando el rosario, sin caer en los reduccionismos que suelen marcar los relatos históricos o ideológicos. Para Olaizola, lo humano siempre estuvo antes que lo partidista.
En un tiempo marcado por las trincheras ideológicas, José Luis Olaizola se atrevió a construir puentes: entre religiones, entre culturas, entre pasados aparentemente irreconciliables. Supo ver en una profesora budista una aliada. En un misionero jesuita, un hermano. Y en unas niñas tailandesas, a sus propias hijas.
Ha muerto un católico que no se encasillaba, un escritor que no buscaba el aplauso fácil, un activista que no necesitaba etiquetas. Descanse en paz José Luis Olaizola, testigo de los matices, sembrador de esperanza.